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10 de abril de 2014

ALEGRÍA Y GRATITUD

Anastasio Gil García, Director Nacional de Obras Misionales Pontificias España, presenta la Jornada  Vocaciones Nativas 2014, que este año se celebra el 27 de abril, bajo el lema "Misioneros por Vocación".

La designación del II Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, para la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II generó una manifestación de alegría y acción de gracias en quienes tenían la certeza de que estos dos hijos de la Iglesia habían vivido en plenitud las exigencias del Evangelio. Desde entonces, en todos los ámbitos de la Iglesia, y también en el de la actividad misionera, donde ambos pontífices han dejado su aliento y predilección, se ha incrementado el deseo de acudir a su intercesión y seguir su ejemplo.

Feliz coincidencia

La canonización de  Juan XXIII y Juan Pablo II coincide con la celebración de la Jornada de Vocaciones Nativas. Pudiera parecer que son dos acontecimientos que se yuxtaponen sin conexión alguna. En este supuesto, la invitación de la Iglesia a orar y colaborar con las vocaciones nacidas en los territorios de misión quedaría en la penumbra ante la resonancia social y eclesial de estos santos tan singulares en nuestra reciente historia. Pero no es así, porque la Providencia mueve los hilos de la historia de manera sorprendente; al contrario, es una feliz coincidencia.

Cuando el sacerdote Angelo Roncalli trabajaba en la Obra de la Propagación de Fe en Roma, el Papa Pío XI asumió como propia, haciéndola “Pontificia”, aquella iniciativa profética de Juana Bigard que trataba de fomentar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en los territorios de misión. Bien conocía Juan XXIII la necesidad de promover este carisma de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, como lo demuestra el hecho de que en el segundo año de su pontificado publicara la encíclica Princeps Pastorum, en la que exhorta a los fieles a colaborar con la formación del llamado “clero indígena”.

Por su parte, Juan Pablo II, al cumplirse —en 1989— el centenario del nacimiento de dicha Obra Pontificia, escribe a la Iglesia una emblemática carta apostólica. En ella, al referirse a la labor promovida por la Obra de San Pedro Apóstol desde sus orígenes, señala que esta “ha trabajado eficazmente para que todas las Iglesias puedan beneficiarse del ministerio de aquellos hijos que el Señor ha llamado. La Obra, aportando un apoyo espiritual y material a los pioneros del clero local, ha desempeñado un papel de primer plano, gracias a la participación generosa de innumerables fieles”.

Misioneros por vocación

Con estas premisas, el Secretariado encargado de esta Obra Pontificia en España propone a los fieles y comunidades cristianas el lema “Misioneros por vocación”, con el fin de vincular en una breve expresión la profunda relación misionera entre quienes fueron llamados al ministerio petrino, Juan XXIII y Juan Pablo II, y quienes por caminos diversos son enviados a anunciar el Evangelio y participar activamente en el nacimiento de las comunidades cristianas, donde Dios suscitará vocaciones eclesiales. 

De esta vinculación ya se hicieron eco otros papas, como Inocencio XI, en el siglo XVII, cuando no ocultaba que quería “más la ordenación de un sacerdote indígena, que la conversión de 50.000 cristianos”; o Pío VI, en el siglo XVIII, quien pedía a los obispos misioneros del Extremo Oriente que considerasen el establecimiento de seminarios como su primer deber; o León XIII, cuando insistía en que el mejor uso que los católicos podían hacer de su dinero era destinarlo al clero nativo de las misiones.

Desde luego, el mejor argumento para mostrar la madurez de una Iglesia joven es que esta se encuentre ya en condiciones de generar las vocaciones y ministerios que necesita para desarrollar todas las funciones propias de una Iglesia local. Por eso, las razones que avalan la cooperación con la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol son eclesiológicas, más que sociológicas: el dinamismo misionero que arranca del testimonio y del anuncio debe apuntar a la formación de una comunidad eclesial que alimente su fe desde la savia y la tradición de su cultura. Así, la catolicidad de la Iglesia se expresa desde la realidad de la experiencia, y la capacidad salvífica del Evangelio se expande hasta la transfiguración de la creación entera.


Anastasio Gil García
Director de OMP en España