Ayer, día de la Virgen de Lourdes se celebró en toda la Iglesia la
Jornada Mundial del Enfermo. “El tema de este año nos invita a meditar una
expresión del Libro de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (29,
15)”, decía el Papa Francisco en su mensaje para este día. Una de estas personas
que ha sido y es ojos para el ciego y pies para el cojo es Grégoire
Ahongbonon.
Grégoire nació sano y, en busca de una vida mejor, salió de su país, Benín. Podría haber cruzado el mar en una patera con destino a la “riquísima” Europa, pero se estableció en Costa de Marfil, un país vecino. Le fue muy bien. Tenía una hermosa familia, y los negocios le fueron viento en popa, y eso que había comenzado en un taller arreglando pinchazos.
Grégoire nació sano y, en busca de una vida mejor, salió de su país, Benín. Podría haber cruzado el mar en una patera con destino a la “riquísima” Europa, pero se estableció en Costa de Marfil, un país vecino. Le fue muy bien. Tenía una hermosa familia, y los negocios le fueron viento en popa, y eso que había comenzado en un taller arreglando pinchazos.
Católico practicante, un día escuchó al sacerdote que decía: “cada cristiano debe poner su propia piedra para construir la Iglesia”. Aquello le llegó al alma. Pocos días después, iba andando por la ciudad de Bouaké, pensando sobre cuál era su “piedra”, cuando se le acercó una persona desnuda que vagaba por la calle, buscando comida. Era un enfermo mental. En ese momento se dio cuenta de cuál sería su “piedra”: les ayudaría, empezando por aquel con el que se había cruzado.
Aquel
enfermo tenía la suerte de no estar literalmente encadenado. En África
occidental, a este tipo de enfermos, en muchos casos, los encadenan como a
animales. La propia familia cree que está poseído por los espíritus.
Grégoire,
para salir al encuentro de esta realidad, fundó la Asociación San Camilo de
Lelis, con el nombre del patrono de los enfermos, y hoy sus 15 centros acogen a
2.500 enfermos, y son cerca de 22.000 los que han vuelto con sus familias.
Enfermos que, en muchas ocasiones, ha ido a buscar él mismo aldea por aldea,
casa por casa. Rompe sus cadenas, y les da amor, tratamiento, y algunos de los
curados vuelven a sus familias que ya no los acogen como animales. Su toque
especial, cuenta él mismo, es la mirada: “la mirada que diriges a un enfermo lo
es todo para él. Sabe si le amas o no le amas”.
Hace
unos días Grégoire visitaba al misionero Rafael Quirós, un sacerdote diocesano
de Barbastro en la misión de Fô-Bouré, en Benín: “El otro día tuvimos la visita
de Gregoire, un reparador de neumáticos que hace años cambió su vida por ayudar
a todos los enfermos mentales que se iba encontrando. Dice que antes ni los
miraba, pero que ante un problema grave que tuvo, con intento de suicidio, se
dio cuenta de que hay mucha gente necesitada de ser querida, y que ese es el
primer paso para poder sanar cualquier enfermedad mental.
A lo largo de estos
años se ha encontrado por todo el África Occidental con muchísimos enfermos
mentales a los cuales se les trata como endemoniados. Caminan desnudos por las
ciudades o pueblos, están encadenados a un tronco durante años o, en medio del
campo, encadenados a un árbol por el cuello, nadie se acerca a ellos por miedo a
ser atacados. En definitiva, encadenados como fieras salvajes a causa de su
enfermedad. Explicó claramente que su método no es otro que cuidar de esa gente
y prometerles que no les abandonará. Les acoge en las casas de su asociación,
los asea, les alimenta y es posteriormente cuando pasan al tratamiento médico.
Pero nunca abandona la acogida calurosa y cariñosa hacia todos ellos. El
problema no es sólo de gente que tiene enfermedades mentales graves, sino que te
puede ocurrir por una simple epilepsia. El miedo a lo desconocido sigue estando
en el trasfondo del problema. Quizá el problema mayor no sea el encadenamiento
físico de esta gente, sino a la cantidad de cosas que todos nos encontramos
encadenados de manera menos visible. Por suerte Dios nos libera de cualquier
cadena”.
Fuente: OMPRESS