Súmate al abrazo que en Navidad enviamos a los
13000 misioneros españoles.
Si
Dios no se hubiera hecho niño, no nos atreveríamos a amarlo. Si Dios no se
hubiera hecho pequeño, ¿cómo podríamos abrazarlo? Si Dios permaneciera como un
Creador lejano que se desentiende de sus criaturas, ¿cómo nos arreglaríamos para
vivir la “caritas”? El “Dios encarnado” nos ha facilitado un poco las cosas,
porque se deja abrazar. Y nos dice que estemos tranquilos, que si amamos a
nuestros hermanos, le amamos también a Él, que se hizo hombre. Así nos ha
resuelto la ecuación del único y doble mandamiento: el amor a Dios y al
prójimo.
Ese
Dios encarnado en un Niño envuelto en pañales se deja querer. Y le
encontramos en cada hermano, pero sobre todo en el pobre, el enfermo, el preso,
el inmigrante…, que son tan pequeños como Él. Los que no cuentan en el mundo son
los iconos del Niño Dios.
La
Sagrada Familia salió de su pueblo en Nazaret, enseñándonos a ser
misioneros, dóciles a la voluntad de Dios. Esta familia misionera, que se
lanza al camino, nos indica que Dios nace donde menos imaginamos, en el último
rincón del mundo, y en un pesebre olvidado. En
sitios así están nuestros misioneros.
A todos ellos les espera una Navidad realmente feliz, porque el esplendor de la
Navidad no está en las luces que engalanan las ciudades opulentas, sino en la
pequeña luz del Sagrario, donde ese Dios encarnado permanece tan pequeño y
oculto al mundo como en Belén.
Dora
Rivas
Obras
Misionales Pontificias