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10 de noviembre de 2016

NI LA SELVA, NI LAS AMENAZAS, NI LA GUERRA LOGRARON DETENER A ESTA MONJA

Llegó a convertirse en objetivo militar por defender a las víctimas del conflicto armado colombiano

Una vida marcada por las balas y la guerra. Así puede ser definida de alguna manera el camino de la hermana Rosa Cadavid, una religiosa perteneciente a la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena, conocidas como las Lauritas.

“Meterse en la selva y ser misionera es difícil. Si hay gente que se atreve por qué yo no me voy a atrever”,  reflexiona en entrevista con medios colombianos.

Es que su misión siempre estuvo vinculada a las zonas del conflicto provocada por la guerrilla colombiana.  Por ejemplo, cuando llegó a la Comuna 13, instancia “donde las balas silbaban por todos lados”, indica la crónica de El Colombiano, uno de los medios que hacen referencia a su historia.

Rosa desde muy pequeña quería ser monja. Proveniente de una familia religiosa y con dos hermanos sacerdotes, Rosa no podía ser la excepción. Fue así que conoció la misión de las Lauritas.

“Cuando conocí el trabajo de estas que trabajaban por los más pobres, los más marginados, los indígenas, me fue como entrando el cuento y gracias a Dios me recibieron y aquí estoy”, señala.

Pero ya durante el tiempo de pertenencia a la congregación percibió que su llamado iba más allá que los indígenas, analfabetos y estudiantes.  Su convicción era que debía hacerle frente a la guerra y con ello a los violentos y reivindicar a las víctimas.

Y fue a raíz de esta misión que se animó a meterse en la selva durante tiempos de conflicto, con todo lo que ello conlleva. Durante mucho tiempo se dedicó a buscar los cuerpos de campesinos desaparecidos en la selva y presuntamente muertos a mano tanto de paramilitares como de guerrilleros.

Fue así que esta situación la condujo a transformarse en un “objetivo militar” debido al rol protagónico -también salvando a muchas personas ayudándolas a huir de las zonas de conflicto enviando a las personas a Medellín o fuera del país- por empezar a denunciar diversos asuntos.

Por todo esto, Rosa tuvo que abandonar también el país, lugar al que regresó luego de algunos años para seguir su labor en un centro educativo. Sin embargo, algo más debía soportar. Un accidente en bus la dejó invalida y en silla de ruedas.

“Yo estaba en un momento difícil entre la vida y la muerte, porque mi accidente fue muy grave, entre que me iba y que me quedaba, porque ya no había nada que hacer, y el Señor como que dijo: ‘no, aquí te necesitamos’, me recuperé en un año, después de una situación muy difícil, pero yo sentía que podía aportarle a la sociedad, a la comunidad, yo estaba muy joven y dije ‘hay que hacer algo desde una silla de ruedas no me puedo echar a morir por la situación que estoy viviendo’, la comunidad preocupada por la situación que yo estaba viviendo me propuso si podíamos hacer un trabajo porque ya se veía venir la situación de violencia en la comuna y eso era como lo mío, yo dije que podía acompañar”, señalo.

De esta manera, la hermana, junto a un grupo de colaboradores, decidió empezar a actuar para recomponer el tejido social de la zona. Pero la guerra volvió a estallar en aquella zona y una vez más Rosa tuvo que incursionar a favor de las víctimas.

El lugar tuvo a miles de desplazados y las lágrimas se apoderaron de varios miembros. Rosa, por su parte, en sillas de ruedas, se mantenía firme para responder ante aquella situación que a lo largo de su vida no dejó de abandonarla: hacerle frente a la selva, las amenazas y a la guerra.
  
PABLO CESIO

Fuente: Aleteia