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2 de mayo de 2017

CADA “LÁZARO” ES UN DON: UNA LLAMADA A LA CONVERSIÓN DESDE EL RINCÓN MÁS TRISTE DE ÁFRICA

Experiencias de Cristopher Hartley, misionero en Etiopía

Muy pocas veces un misionero occidental encuentra rincones como Gode, en Etiopía, para poder llevar a Cristo: las dificultades son enormes. Las diferencias, insalvables. Pero, para el padre Cristopher Hartley, pareciera ser que las distancias, las diferencias, los problemas y las resistencias no son obstáculos, sino acicates del Evangelio.

Lo había hecho en República Dominicana, defendiendo a los trabajadores haitianos, contratados en condiciones de esclavitud para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar, y ahora lo hace en el Cuerno de África, en medio de la guerra, el hambre, la sed y la hostilidad.

¿Cómo llegaste hasta aquí?

Habíamos estado reunidos un buen rato en el locutorio de las hermanas Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa en Addis Abeba. Allí estaban conmigo la hermana Nirmala, Superiora General de las Hermanas de la Madre Teresa y la hermana Regional para Etiopía. La conversación giraba en torno a un ofrecimiento muy sencillo de mi parte: “Hermana Nirmala, ¿sabe usted en estos momentos de algún lugar de la tierra donde no hayan podido fundar por falta de sacerdote? Si lo hay, sepa que – sea donde sea – yo me ofrezco”.

En la pared frente a mí había un inmenso mapa de Etiopía y me di cuenta que tenía clavados unos alfileres de colores, indicando las 17 casas que ya habían fundado en este país con sus más de cien hermanas. Pregunté la razón de esa ausencia y me aclararon que no es que no hubiese misioneras de su orden en esa región del país, que hacía frontera con Somalia; es que no había habido presencia de la Iglesia Católica, jamás. Esa región era totalmente musulmana.

¿Y entonces, qué pasó?

Me acerqué al mapa y vi que en ese inmenso desierto junto a la frontera con Somalia había un nombre que estaba escrito con letra más grande y negrita; concluí que debía ser el lugar más importante y poblado, se llamaba Gode, junto a un rio, el Wabi Shebelle, que desembocaba por Somalia en el Océano Indico. Y así llegué a Gode. No hay fieles católicos, todavía. Pero el Señor en la Eucaristía ya está en el Sagrario de la misión, que es lo único que en realidad importa.

¿Cuál es la razón de fondo de tu misión?

Estoy aquí porque soy sacerdote. Sin sacerdote no hay Eucaristía. Donde está la Eucaristía está la Iglesia y donde está la Iglesia está la Eucaristía. Esa es la razón principal de mi presencia: estar para que pueda estar Cristo Eucaristía, estar para que pueda decirse que la Iglesia ha llegado de forma visible y sacramental al desierto de Ogaden junto a las fronteras de Somalia.

¿Qué mensaje lleva el cristianismo a estas tierras?

Etiopía es el tercer país más poblado de África y uno de los países menos urbanizado del mundo. Aproximadamente 39 por ciento de la población etíope vive por debajo del umbral de pobreza (1,25 dólares al día), por lo que existe una desnutrición de 41 por ciento de su gente, con una tasa de retraso en el crecimiento de 47 por ciento, cuyas consecuencias son devastadoras, por ejemplo, con ello se asocia 28 por ciento de la mortalidad infantil y 16 por ciento de las repeticiones de curso en enseñanza primaria.

Las mujeres etíopes sufren de forma muy acusada la ausencia de igualdad social y económica y la falta de respeto hacia sus derechos más básicos. Todos esto, junto con la sequía y la inseguridad, se agudiza en la región somalí donde se encuentra Gode.

Ante esta dramática situación, la Iglesia quiere ser y se siente llamada a ser un signo concreto de esperanza. Reconociendo el rostro de Cristo en cada persona que sufre y ofreciéndole el alivio de su caridad. En cada rostro, en cada persona que sufre, la Iglesia reconoce que el que tiene hambre, sed, está desnudo, en la cárcel, es Cristo mismo que dice: “A mí me lo hiciste”.

¿La Misericordia de Dios es el rostro que damos los cristianos en esa porción de África?

La misericordia no es una tarea más que la Iglesia realiza entre otras muchas. La misericordia es su tarea única. Toda obra que la Iglesia realice, que no sea reflejo del amor misericordioso de Dios, es simplemente una tarea inútil y marginal.

¿Tienes alguna anécdota?

Tengo muchas. Ya son dos décadas de trabajar aquí. Pero hay una que quiero contar, para que se vea lo que es la Iglesia aún en tierras no cristianas. Una mañana vi gente extraña dentro del terreno de la Iglesia y tardé poco en darme cuenta que, una vez más, las autoridades locales pretendían parar nuestras obras, con la excusa de sacarnos dinero por unos supuestos impuestos inventados.

El Buen Dios, sin embargo, iba a sacar un inesperado provecho en favor de un grupo enorme de refugiados que en ese momento llegaba a Gode huyendo de una masacre.

Le solicité al alcalde que interviniera ante el atropello que estábamos sufriendo y lo hizo con gran determinación, pero me dijo: “Padre, nosotros también necesitamos la ayuda de la Iglesia, acompáñeme, por favor”, me fui con él sin saber a dónde me llevaba. Se trataba de una reunión con los líderes somalíes locales que discutían cual sería la manera más eficaz de ayudar a la cantidad de refugiados que venían de Oromía (región de Etiopía limítrofe con la región somalí).

A la mañana siguiente nos reunimos con un grupo de ellos y nos contaron historias espeluznantes de cómo habían logrado escapar de noche de sus casas y sus tierras en la que habían vivido durante generaciones, por el simple hecho de acercarse a pozos de agua que aliviaran la sed de sus ganados y la suya propia.
Algunos de ellos habían sido macheteados y troceados como fiambre, hombres, mujeres y niños que habían sido salvajemente mutilados por el uso de un simple pozo de agua.

Inmediatamente comenzamos a llevar a las familias con mayor número de enfermos a la pequeña clínica que suele atender a nuestros pacientes. Nos aseguramos de que uno por uno, recibieran la atención médica más apropiada. Nos hicimos cargo de sus medicinas y les explicamos cómo administrarlas. Está operación duró una semana completa.

A los dos días, con los líderes de sus clanes, fuimos a ver a 75 kilómetros de Gode unos terrenos muy aptos para reubicar a estas familias que son agricultores por tradición. No será tarea fácil, pero es bonito saber que cuando las autoridades somalíes necesitan ayuda inmediata para gente que sufre, no es a la ONU ni a las ong’s a quienes recurren debido a su compleja burocracia, sino a la Iglesia que, aún en nuestra pobreza y escasez de medios, sale al encuentro del que sufre.

¿Ha valido la pena?

Ahora se congratulan conmigo tantos profetas de desgracias que durante aquellos primeros años me decían que estaba malgastando la vida, que estas gentes no se merecían tantos esfuerzos, que si no sería yo más útil a la Iglesia en tal o cual lugar…

¡Qué terco es el amor! ¡Cuánta tenacidad hace falta para seguir la voz de Dios en la noche y ser fiel a ella mientras los oráculos de la sensatez de cristianos burgueses y apoltronados pontifican sobre lo que uno debe o no debe hacer!

¿Qué retos concretos de transmisión del Evangelio encuentras con las autoridades políticas en esa área?

Las gentes de mi entorno viven aterrorizadas. El miedo, el pánico es como el aire que respiran, desde que nacen. No sabemos lo que es el miedo hasta que lo sufrimos un día y otro día, en nuestra propia carne. Por tanto, no creo exagerar, si digo que la tarea fundamental es ayudar a la gente a vencer el miedo.

Lógicamente, no se trata de un miedo irracional. Estas gentes tienen razón para tener miedo. Viven en un régimen de terror, carentes de los derechos más fundamentales.

En Etiopía la vida no vale nada. La gente desaparece sin dejar rastro. En realidad, no existe la propiedad privada ni los derechos individuales.

La Iglesia debe hacerse presente entre estas gentes como garante de sus derechos, como defensora de los más débiles. Ella es la que toma la causa de los “sin voz”. Les defiende, se pone en medio, entre el matón, el agresor y la pobre criatura pobre y asustada.

Lo más importante: ¿cómo, donde, para qué y por qué colaborar con la misión que encabezas?

En Gode hace ya un año y medio que no ha caído ni una gota de lluvia. Aquí todo se está muriendo. Es dramático ver a las gentes llegar al hospitalucho de Gode, por cualquier medio de transporte, incluido carretas tiradas por burros, con pacientes escuálidos y moribundos.

En estos momentos Gode está siendo arrasado por una espantosa epidemia de cólera. Las gentes llegan en el último aliento y a veces mueren a los poco minutos en manos de médicos impotentes ante la magnitud de la tragedia.

Es tan triste y desolador ver los sembrados devastados por la sequía. Aquí ya no crece nada, ni el maíz, ni la soja, ni ningún tipo de cereales, todo se lo lleva el viento en nubes gigantes de polvareda, que todo lo ensucia y viste de gris.

Cada mañana cuando salgo de casa, antes del amanecer, para celebrar la santa Eucaristía, veo como aumenta el ganado muerto a la orilla del camino, vacas, cabras, ovejas… El hedor es espantoso y el espectáculo tristísimo. Ahora mismo en Gode solo se respira muerte y desolación.

Pero se puede solucionar, con ayuda de ustedes, lectores de *Aleteia*. Las medicinas que más nos hacen falta, si tuviéramos los recursos, se las podríamos suministrar al hospital de Hargele desde Gode, ya que la mayoría de estos medicamentos son accesibles aquí.

Necesitaríamos fondos para pagar el combustible de los vehículos nuestros, que van y vienen a las zonas de emergencia y, por último, fondos para comprar alimentos de primera necesidad. Os ruego por el amor de Dios que hagáis cuanto podáis por ayudarnos. Toda ayuda, por pequeña o aparentemente insignificante que os parezca, puede ayudar a salvar una vida.

Fuente: Aleteia