Hoy 22 de abril, IV Domingo
de Pascua, se nos invita a contemplar con una sola mirada amplia y eclesial una
realidad tan rica, variada e ilusionante como la de la vocación
Este
domingo “del Buen Pastor” celebramos conjuntamente la Jornada Mundial de
Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas, con nada menos
que tres instituciones impulsoras: la Conferencia Episcopal Española, la
Conferencia Española de Religiosos (CONFER) y Obras Misionales Pontificias, a
través de la Obra de San Pedro Apóstol. Un triple empuje que habla por sí solo
del sentido de comunión eclesial que impregna la convocatoria.
En
un Mensaje titulado Escuchar, discernir,
vivir la llamada del Señor, el papa Francisco ha ofrecido las mejores
claves para esta celebración, teniendo presente el próximo Sínodo de los
Obispos en torno a los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. En este
contexto, se entiende aún mejor el lema elegido para este día, “Tienes una llamada”.
Es
una frase sencilla y mil veces oída en nuestro discurrir cotidiano, pero que
aquí responde a una situación vital única: la de identificar y acoger la
vocación con que el Señor llama a cada uno —en algunos casos, para seguirle a
través de una vida de especial consagración— y darle una respuesta.
Para
ello, sin duda es necesario cortar con el ruido ambiental y el aislamiento en
nuestro pequeño mundo, para poner toda nuestra atención en Dios, protagonista y
origen de la llamada y de la correspondiente misión. En este proceso, la
comunidad desempeña un papel fundamental, de un modo especial a través de la
creación de un clima de oración habitual, que, de cara a esta doble Jornada, se
nos invita a intensificar.
Contemplar
a la vez las vocaciones “aquí” y “allí”, en nuestras Iglesias y en las de los
territorios de misión, es un buen modo de descubrir sus ingredientes comunes y
sus peculiaridades; también, de tomar conciencia de que somos responsables de
todas ellas, porque todas necesitan el acompañamiento y la ayuda de la Iglesia.
Una ayuda que se manifiesta por dos cauces de comunión: el de la oración por
ellas al único Dueño de la mies, y el de la ayuda económica, que se dirigirá a
las más necesitadas materialmente.
Estas
son las vocaciones locales surgidas en las jóvenes Iglesias sembradas con el
sudor —y muchas veces, la sangre— de los misioneros; Iglesias nacientes que
necesitan nuestro apoyo para afrontar múltiples dificultades añadidas,
derivadas de la falta de recursos, y conseguir que sus muchos candidatos a la vida
sacerdotal y religiosa puedan completar su adecuada formación.
Quien
valora lo que significa para él y su comunidad la presencia de un sacerdote, de
una religiosa, de un religioso, podrá hacerse cargo de la importancia que tiene
para las Iglesias más pobres el que esas vocaciones surgidas en ellas lleguen a
alcanzar su destino al servicio de todos. Por qué, en efecto, situarnos ante
estas dos caras de la vocación nos ayuda a comprender que la atención a
nuestras Iglesias particulares y el sentido de Iglesia universal no se
contraponen, sino que se necesitan y potencian mutuamente.
Rafael Santos
Obras Misionales Pontificias