Historias de convivencia entre cristianos y
musulmanes. Viaje al país africano en donde las víctimas de la guerra están
volviendo a vivir gracias a los josefinos del Murialdo y sus colaboradores
Esta es la
historia de jóvenes vidas consoladas, protegidas, acudidas; vidas (prostradas
por la pobreza y heridas en el cuerpo y en el alma por la guerra) que, día a
día, han construido su futuro con una sólida red de vínculos fraternos. Es la
historia de una humanidad que vuelve a tener esperanzas y a sonreírle a la
vida.
Nos encontramos en Sierra Leona, un país golpeado por la pobreza, el
desempleo, el analfabetismo; un país en el que uno de cada cinco niños muere
antes de cumplir cuatro años por falta de medicamentos. Los habitantes son
alrededor de 6 millones, 70% de los cuales son musulmanes; 30 %, cristianos (y
14% católicos).
El padre
Maurizio Boa, de 74 años, que pertenece a la Congregación de los Josefinos del
Murialdo, llegó a este país hace 22 años, durante la guerra civil (que terminó
en 2001) y se estableció en Kissy Low Coast, en la periferia de Freetown. Vivió
los horrores de la furia de los rebeldes, por lo que decidió ocuparse de las
víctimas con sus hermanos y con la colaboración de hombres y mujeres de buena
voluntad, musulmanes y cristianos Porque aquí, dice, «vivimos juntos en
armonía. La religión no es motivo de enfrentamiento, de desconfianza recíproca:
el respeto es auténtico. En Sierra Leona no solo hay tolerancia religiosa, sino
que existe una verdadera comunión».
Crueldad y
compasión
Al llegar a la
Sierra Leona, el padre Maurizio un día fue a Waterloo, pequeño barrio de la
capital en donde se encontraba un campo para refugiados. «Vi muchos huérfanos y
un gran número de mutilados», contó. «Recuerdo a una joven mujer con su hija: a
ambas les faltaba una mano: los rebeldes del RUF las habían mutilado a machetazos.
La mamá, con el corazón destrozado por el dolor, me repetía: “Le cortaron la
mano a mi niña y se la dieron a los perros”. Durante la guerra, los rebeldes,
para difundir el terror, le cortaban las articulaciones a las personas,
principalmente a los niños y jóvenes. O los dejaban ciegos. Lo hacían por mera
crueldad. Mi obra de apostolado en Sierra Leona comenzó allí, en ese campo: lo
que quería era llevar vida y esperanza».
Las Murialdo
Homes
Con sus
hermanos, el padre Maurizio (que actualmente es el responsable de una
parroquia), construyó en el campo una iglesia, un hospital, una farmacia, un
ambulatorio oftalmológico, una casa para huéspedes para los médicos europeos
que van en misión y un centro estable de Emergency la asociación a la que los
josefinos se dirigieron hace algunos años para detener la epidemia de Ébola que
se había difundido por todo el país. El sacerdote también fundó las Murialdo
Homes, casas para acoger a jóvenes mutilados y huérfanos de guerra (hasta que cumplan
18 años): cada una de ellas está bajo la supervisión de un hombre y una mujer
(con los roles de “papá” y “mamá”), que cuentan con la ayuda de los padres
josefinos y de generosos voluntarios de la Comunidad de Sant’Egidio.
El calor de una
familia
Durante los años, muchas decenas de niños y chicos cristianos y
musulmanes han vivido en las Murialdo Homes. «Aquí –cuenta el padre Maurizio–
han encontrado el afecto, la seguridad y el calor de una familia. Poco a poco,
gracias a la dedicación de los adultos, estas jóvenes vidas heridas han
comenzado a levantarse. He visto renacer la esperanza. Todos han ido a la
escuela: algunos siguen estudiando y también van a la universidad; muchos
otros, ya grandes, trabajan y han creado una familia. Pienso, por ejemplo, en
un niño sin los dos antebrazos; un día entró a la iglesia del campo buscando
ayuda. Ese chico, que fue huésped de una de nuestras casas para huérfanos,
estudió en uno de nuestros institutos profesionales y ahora está casado, tiene
tres hijos y trabaja. Como él, también otros ahora ven con confianza el futuro.
Esto me da una profunda felicidad. Son buenos chicos, aman la vida y, quiero
precisarlo, han demostrado que tienen un corazón capaz de perdonar a los que
les hicieron daño».
«Cuando, a los
18 años, estos jóvenes se van de nuestras casas, nosotros seguimos ayudándolos,
garantizándoles un apoyo económico temporáneo y ayudándoles a encontrar una
casa, un trabajo, o a que continúen con sus estudios. Mientras tanto, en su
lugar, en las Murialdo Homes, recibimos a huérfanos y niños de familias pobres
que no son capaces de mantener a sus pequeños».
Las
escuelas
Además de
algunas escuelas para adultos analfabetas, los josefinos han fundado dos
institutos profesionales y uno técnico, en los que aprenden más de 2500
estudiantes cristianos y musulmanes. Las relaciones entre los chicos, dice el
padre Maruizio, son de las mejores: «Los alumnos estudian, juegan, hacen
deporte juntos, se quieren. Entre los profesores, también musulmanes y cristianos,
hay un entendimiento sólido: se gastan por los chicos con gran dedicación y
espíritu de colaboración».
El maestro
musulmán
Entre los
profesores de religión islámica del instituto profesional de Kissy está Musa
Sahr Kahunla, de 50 años, casado y con tres hijos. Dice que trabaja de muy buen
grado con los josefinos «porque se comprometen obrando con espíritu de
sacrificio para alcanzar los objetivos que se han prefijado. Creen en el
desarrollo de las capacidades humanas, se ofrecen a sí mismos y lo que tienen
para ayudar a los pobres y a todos los que están en necesidades». A Musa le
gusta mucho su trabajo: «enseñar significa dedicarse a la formación completa de
los seres humanos. Este trabajo, que exige paciencia, amor, atención, me
permite ayudar a los estudiantes a convertirse en buenos ciudadanos de este
país y del mundo». Y, pensando en el futuro, Musa afirma: «Espero que en Sierra
Leona reinen la paz y la estabilidad, y que se multipliquen las inversiones en
la educación, en la agricultura, en la asistencia a los huérfanos y a los
ancianos. Espero que esta nación logre estar de pie sola, sin tener que
recurrir constantemente a la ayuda del extranjero».
La relación con
los cristianos
«En lo personal –prosigue– vivo en paz con mis hermanos musulmanes y
cristianos: precisamente por esto, por ejemplo, durante las festividades
intercambiamos pequeños regalos». Y añade: «Las relaciones entre los fieles de
las dos religiones en Sierra Leona son armoniosas, amigables y pacíficas:
muchos niños musulmanes van a escuelas e institutos cristianos, y los
matrimonios interreligiosos son frecuentes: los cónyuges siguen yendo a la
iglesia o a la mezquita, no cambian su forma de vivir ni son obligados a
hacerlo. En mi opinión, entre las causas de esta convivencia serena está el
compromiso de los cristianos, que tienden más a dar que a recibir: ayudan a los
pobres, ofrecen servicios sociales y emplean muchos recursos para sostener el
crecimiento de los individuos y de las comunidades». Musa se dice convencido de
que las personas de diferentes religiones que viven juntas en paz pueden
enseñar a «ser tolerantes, pacientes, capaces de caridad tanto en las palabras
como en las obras».
Un imán en la
iglesia
El padre
Maruizio concluye: «La que se vive aquí es una convivencia tan pacífica y
serena que a veces me sigue sorprendiendo. El domingo pasado, por ejemplo,
festejé los 45 años de mi ordenación sacerdotal: cuando entré a la iglesia para
celebrar la misa, noté la presencia de muchos fieles musulmanes y del imán
local: habían ido a mi fiesta. Quedé sorprendido, alegre, conmovido. Es posible
vivir en paz, solo hay que quererlo».
CRISTINA
UGUCCIONI
FREETOWN
Fuente:
Vatican Insider