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1 de diciembre de 2018

CONOCE AL CARDENAL QUE ARABA LA TIERRA CON LOS POBRES

Calificó su estancia en Auschwitz y Dachau de “vacaciones”, trabajó 61 años como misionero, participó en el Concilio Vaticano Segundo y contribuyó a los documentos adoptados allí en relación a las misiones. Lee más sobre la intensa vida del cardenal Adam Kozłowiecki

Fue el único cardenal que, después de su jubilación, trabajó en una parroquia misionera como… un vicario ordinario. 

Marchó a África inmediatamente después de su liberación del campo de concentración de Dachau, ya que “si faltaba en retomar este ministerio habría sido un acto de grave ingratitud hacia Dios tras la gracia de sobrevivir al infierno en la tierra”.

“Vacaciones” en los campamentos nazis

Es difícil conocer a muchas personas como el cardenal Kozłowiecki a lo largo de toda una vida. Un hombre de baja estatura, modesto y sonriente, que no se tomaba a sí mismo demasiado en serio. Recomendaba a los sacerdotes tener una actitud alegre y bondadosa como uno de los métodos para una evangelización efectiva. Solía decir que el haber nacido un 1 de abril de 1911, Día de los Inocentes en ciertos países, tuvo un gran impacto en su vida.

En su juventud como sacerdote jesuita, estuvo preso en los campos de concentración nazis de Auschwitz y Dachau. Calificó esta época como unas “vacaciones de cinco años por cortesía de Adolf Hitler”. En este entorno se forjó su vocación misionera.

A menudo admitía que el sufrimiento, la persecución y el hambre que experimentó le endurecieron para las dificultades y las tribulaciones de la vida en África. Según recordaba un compañero preso de un campo de concentración, después de sus aprietos compartidos, “[Adam] era alegre incluso ante las dificultades más funestas, su fortaleza y perseverancia no eran de este mundo; estaban arraigadas en su fe y su oración”.

Adam Kozłowiecki: un misionero en África

Como misionero, también fue muy consciente de que sus acciones no eran realmente suyas: “A menudo escribo que he hecho muy poco en relación a lo que todavía queda por hacer aquí, pero debo admitir que ha sido Dios quien ha hecho tanto a través de mí”.

Trabajó 61 años en Zambia. Llegó allí en 1946, cuando la colonia británica todavía recibía el nombre de Rodesia del Norte. Bien formado en diferentes campos, participó activamente en los esfuerzos de la población indígena por su independencia, por los derechos humanos y la justicia social. Fue un defensor de la igualdad racial.

Desde sus inicios en África, se acercaba a las personas y hablaba con ellas. Años más tarde, todavía se recuerdan aquellos vínculos tan estrechos. El padre Kozłowiecki centró sus actividades en la educación y el desarrollo del cuidado sanitario. Dedicaba todos sus esfuerzos a garantizar la alimentación del pueblo, para que no sufrieran hambrunas.

Enseñó el cultivo racional del suelo y cuando la mosca tse-tsé exterminó a todos los animales en las proximidades del puesto misionero, él mismo se puso a arar para ayudar a los agricultores a plantar nuevos cultivos. De esta manera práctica demostraba a su rebaño a lidiar con las dificultades y a no perder la esperanza.

El arzobispo de Lusaka y el Concilio Vaticano Segundo

Sin embargo, principalmente recorrió a pie cientos de kilómetros proclamando apasionadamente la Palabra de Cristo. Al comienzo de su ministerio, trabajó en Kasisi, una parte de Zambia que muchos polacos reconocen fácilmente hoy día gracias a la pasión africana del periodista católico Szymon Hołownia. En aquel entonces, esta misión jesuita abastecía de alimentos a unas 300 aldeas. Allí construiría una iglesia, un hogar para hermanas religiosas y varias escuelas.

En 1955 fue designado primer obispo de Lusaka, y luego arzobispo metropolitano. Trajo a Zambia muchos misioneros y contribuyó a un desarrollo significativo de la vida religiosa en el lugar. Además, estableció allí el primer seminario.

El ministerio del obispo Kozłowiecki sentó los cimientos para el compromiso misionero de la Iglesia y dejó una marca indeleble en la redacción de los documentos misioneros del Concilio Vaticano Segundo, en cuyas sesiones participó activamente.

Un cardenal en el campo africano

Durante el tiempo de la descolonización, renunció a su cargo como arzobispo de Lusaka para que el puesto pudiera ser ocupado por el primer obispo negro. Presentó su renuncia cinco veces seguidas hasta que el Vaticano finalmente aceptó. En 1969, volvió al campo y retomó su ministerio como misionero ordinario.

Según dijo: “No soy ningún canario que quiera permanecer sentado en su hermosa jaula. Volveré con mi pueblo”. Permaneció en África en seis puestos difíciles consecutivos durante 40 años, hasta su muerte.

Incluso Juan Pablo II, que nombró cardenal a Kozłowiecki en 1998, fue incapaz de conseguir que abandonara su ministerio en África. Después del consistorio en el Vaticano, el cardenal Kozłowiecki observó: “Me siento como un elefante en una tienda de porcelana. El campo es mi misión”. Y así, regresó a África con 87 años.

Un neumático usado como florero en la tumba del cardenal

Cuando ya no fue capaz de conducir un coche él mismo, pidió a otros misioneros que le ayudaran a llegar a las aldeas más lejanas, donde hasta el final de sus días siguió visitando, hablando y administrando los sacramentos a las personas. Era un confesor incansable.

Durante su última misión en Mpunde, donde encontró su muerte, lo más frecuente era encontrarlo sentado en un antiguo confesionario. Los locales le llamaban “abuelo”. Unas horas antes de fallecer, dijo al sacerdote que cuidaba de él: “Ya estoy listo. Veo luz”. Fue enterrado en suelo zambiano. Su tumba es tan sencilla como lo fue toda su vida, con un neumático usado a modo de macetero para las flores.

¿Qué implica ser misionero?

En una de sus últimas entrevistas, el cardenal Kozłowiecki señaló que para ser misionero es necesario:

“Primero y ante todo, es necesario acercarte a los demás para acercarlos a Dios. Es necesario enseñarles la verdad y la fe, destacando la fe. Tienes que explicar a las personas lo que significa ser un creyente; la fe no es una especie de conocimiento, sino una apertura a Dios, a las cuestiones de Dios y a los planes de Dios. Implica la admisión y la aceptación del amor y el reconocimiento de la autoridad de Dios en la vida de todos”.

Este hombre extraordinario es un ejemplo de confianza excepcional en Dios y de fervor misionero desmedido. Gracias al cardenal Kozłowiecki y al infatigable esfuerzo de personas como él, en unas cuantas décadas África se convirtió en un continente cristiano, que ahora comparte su fe ─y sus misioneros─ con todo el mundo.

Beata Zajączkowska


Artículo publicado originalmente en la edición polaca de Aleteia