En la misa celebrada ayer domingo en el Campo grande de Ñu Guazú, Asunción, el
Papa Francisco, en la homilía, explicaba cuál es la esencia de la
misión.
“Cuántas
veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuántas veces
imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas,
maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros
argumentos. Hoy el Señor nos lo dice muy claramente: en la lógica del Evangelio
no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino
simplemente aprendiendo a alojar, a hospedar.
Hospitalidad
con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el
enfermo, con el preso (cf. Mt 25, 34-37), con el leproso, con el paralítico.
Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha
perdido. Y, a veces, por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el
desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra
paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros
también lo es.
Tantas
veces nos olvidamos que hay un mal que precede a nuestros pecados, que viene
antes. Hay una raíz que causa tanto, pero tanto, daño, y que destruye
silenciosamente tantas vidas. Hay un mal que, poco a poco, va haciendo nido en
nuestro corazón y «comiendo» nuestra vitalidad: la soledad. Soledad que puede
tener muchas causas, muchos motivos. Cuánto destruye la vida y cuánto mal nos
hace. Nos va apartando de los demás, de Dios, de la comunidad. Nos va encerrando
en nosotros mismos. De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta madre, no sea
principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender la fraternidad con los
demás. Es la fraternidad acogedora, el mejor testimonio que Dios es Padre,
porque «de esto sabrán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman los unos
a los otros» (Jn 13,35)”.
Más
adelante, el Papa también volvía a referirse a la Iglesia como madre y a María
como modelo: “La Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar
como María, que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el
contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó. Alojar como la tierra, que no
domina la semilla, sino que la recibe, la nutre y la germina. Así queremos ser
los cristianos, así queremos vivir la fe en este suelo paraguayo, como María,
alojando la vida de Dios en nuestros hermanos con la confianza, con la certeza
que «el Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto». Que así
sea”.
Fuente: OMPRESS