La Misión nace de la Trinidad que es Amor, reflexión misionera para la
solemnidad de la Santísima Trinidad
La fiesta de la Santísima Trinidad es una provocación
abierta sobre la realidad de Dios y nuestra percepción de Él. Hay una pregunta
insistente en el corazón de los creyentes de todas las religiones:¿Cómo
es Dios por dentro? ¿Cómo vive, qué hace Dios? ¿Hasta
qué punto tiene interés por el hombre? ¿Por qué los hombres se interesan por
Dios?... Y así otras muchas preguntas.
A menudo las respuestas son
convergentes, otras veces son opuestas, dependiendo de las capacidades de la
mente humana y la experiencia de cada uno. El misterio de Dios es
una realidad objetiva que habla por sí sola, y que el corazón
humano no puede eludir, no obstante algunas pretensiones de ateísmo. El
misterio divino adquiere para nosotros una luz nueva y valores sorprendentes,
desde que Jesús -Dios en carne humana- vino a revelarnos la
identidad verdadera y total de nuestro Dios, que es comunión plena de Tres
Personas.
Esta
verdad compartida –aun con diferencias y reservas- es la base que
hace posible el diálogo entre las religiones, y en particular el diálogo entre
cristianos y otros creyentes. Sobre la base de un Dios único
común a todos, es posible tejer un entendimiento entre los pueblos para
concertar acciones en favor de la paz, defensa de los derechos humanos,
proyectos de desarrollo. Pero esta no es más que una parte de la tarea
evangelizadora de la Iglesia, la cual ofrece al mundo un mensaje más
novedoso y objetivos de mayor alcance.
Para un cristiano no es suficiente fundamentarse en el
Dios único, y mucho menos lo es para un misionero, consciente de la extraordinaria
revelación recibida por medio de Jesucristo, una revelación que abarca todo el
misterio de Dios, en su unidad y trinidad. El Dios cristiano es uno
pero no solitario. El Evangelio que el misionero lleva al mundo, además
de reforzar y perfeccionar la comprensión del monoteísmo, nos abre al inmenso,
sorprendente misterio de Dios, que es comunión de Personas.
La fiesta de la Trinidad es fiesta de la comunión: la
comunión de Dios dentro de sí mismo, la comunión entre Dios y nosotros; la
comunión que estamos llamados a vivir, anunciar, construir entre nosotros.
Trinidad no es un concepto que se explica, sino
una experiencia que se vive. Tras haber escrito páginas hermosas sobre la
Trinidad, S. Agustín decía: “Si ves el amor, ves a la Trinidad”. Se
puede experimentar sin poderlo explicar. Esto no significa renunciar a pensar.
Todo lo contrario: significa pensar a partir de la vida. Como lo hace la
Biblia: no nos dice quién es Dios pero nos narra lo que Él ha hecho
por su pueblo. La liberación de Egipto (Éxodo) no es una
idea abstracta, es la narración de una experiencia, el paso de la esclavitud a
la libertad.
Las tres lecturas de esta fiesta nos hablan
sucesivamente de las tres Personas de la Trinidad Santa. El Padre se
presenta en el rol de creador del universo (I lectura): Dios no aparece
solitario, sino compartiendo con Alguien más -una misteriosa
Sabiduría- su proyecto de creación. Todo ha sido creado con amor; todo es
hermoso, bueno; Dios se revela enamorado, celoso de su creación (v.
30-31). ¡Dichoso el que sabe reconocer la belleza de la obra de Dios! (salmo responsorial).
Se encuentran aquí los fundamentos teológicos y antropológicos de la ecología y
de la bioética. El Hijo(II lectura) ha venido a
restablecer la paz con Dios (v. 1); y el Espíritu Santo derrama
en nuestros corazones el amor de Dios (v. 5). El Dios cristiano es cercano a
cada persona, habita en ella, actúa en su favor. Impulsa a la misión. (*)
Para el cristiano la Trinidad es presencia
amiga, compañía silenciosa pero reconfortante, como decía santa Teresa
de Lisieux, misionera en su monasterio: “He encontrado mi cielo en la Santa
Trinidad que mora en mi corazón”. El misterio de Dios es tan rico e inagotable
que nos sobrepasa siempre. Los mismos apóstoles (Evangelio) eran
incapaces de “cargar” con todo el misterio divino.
Por eso, Jesús ha confiado
al “Espíritu de la verdad” la tarea de guiarlos “hasta la verdad plena” y
comunicarles “lo que está por venir” (v. 12-13). La parte más
‘pesada’ del misterio de Dios es ciertamente la cruz: el dolor en el mundo,
la muerte, el sufrimiento de los inocentes, la muerte misma del Hijo de Dios en
la cruz... Sin embargo, gracias a la luz-amor-fuerza interior del Espíritu
prometido por Jesús, este misterio adquiere sentido y valor.
Hasta el punto que
Pablo (II lectura) se gloriaba “en las tribulaciones” (v. 3); Francisco
de Asís encontraba la “perfecta alegría” en las situaciones negativas y alababa
a Dios por “la hermana muerte”; Daniel Comboni llegó a escribir al final de su
vida: “Soy feliz en la cruz, que, llevada de buena gana por amor
de Dios, genera el triunfo y la vida eterna”. ¡Tan solo Dios-Amor puede
iluminar incluso la absurda locura de la cruz!
Dios-Amor sostiene a los mártires y a los misioneros
del Evangelio. Porque la Iglesia misionera tiene su origen en el amor
del Padre, fuente del amor, por medio del Hijo, con la fuerza del Espíritu,
como afirma el Concilio Vaticano II (AG 2). De ahí el binomio
inseparable de amor-misión.
Por Romeo Ballán
Fuente: OMP