Experiencias
de Cristopher Hartley, misionero en Etiopía
Muy
pocas veces un misionero occidental encuentra rincones como Gode, en Etiopía,
para poder llevar a Cristo: las dificultades son enormes. Las diferencias,
insalvables. Pero, para el padre Cristopher Hartley, pareciera ser que las
distancias, las diferencias, los problemas y las resistencias no son
obstáculos, sino acicates del Evangelio.
Lo
había hecho en República Dominicana, defendiendo a los trabajadores haitianos,
contratados en condiciones de esclavitud para trabajar en las plantaciones de
caña de azúcar, y ahora lo hace en el Cuerno de África, en medio de la guerra,
el hambre, la sed y la hostilidad.
¿Cómo llegaste hasta aquí?
Habíamos
estado reunidos un buen rato en el locutorio de las hermanas Misioneras de la
Caridad de la Madre Teresa en Addis Abeba. Allí estaban conmigo la hermana
Nirmala, Superiora General de las Hermanas de la Madre Teresa y la hermana
Regional para Etiopía. La conversación giraba en torno a un ofrecimiento muy
sencillo de mi parte: “Hermana Nirmala, ¿sabe usted en estos momentos de algún
lugar de la tierra donde no hayan podido fundar por falta de sacerdote? Si lo
hay, sepa que – sea donde sea – yo me ofrezco”.
En
la pared frente a mí había un inmenso mapa de Etiopía y me di cuenta que tenía
clavados unos alfileres de colores, indicando las 17 casas que ya habían
fundado en este país con sus más de cien hermanas. Pregunté la razón de esa
ausencia y me aclararon que no es que no hubiese misioneras de su orden en esa
región del país, que hacía frontera con Somalia; es que no había habido
presencia de la Iglesia Católica, jamás. Esa región era totalmente musulmana.
¿Y entonces, qué pasó?
Me
acerqué al mapa y vi que en ese inmenso desierto junto a la frontera con
Somalia había un nombre que estaba escrito con letra más grande y negrita;
concluí que debía ser el lugar más importante y poblado, se llamaba Gode, junto
a un rio, el Wabi Shebelle, que desembocaba por Somalia en el Océano Indico. Y
así llegué a Gode. No hay fieles católicos, todavía. Pero el Señor en la
Eucaristía ya está en el Sagrario de la misión, que es lo único que en realidad
importa.
¿Cuál es la razón de fondo
de tu misión?
Estoy
aquí porque soy sacerdote. Sin sacerdote no hay Eucaristía. Donde está la
Eucaristía está la Iglesia y donde está la Iglesia está la Eucaristía. Esa es
la razón principal de mi presencia: estar para que pueda estar Cristo
Eucaristía, estar para que pueda decirse que la Iglesia ha llegado de forma
visible y sacramental al desierto de Ogaden junto a las fronteras de Somalia.
¿Qué mensaje lleva el
cristianismo a estas tierras?
Etiopía
es el tercer país más poblado de África y uno de los países menos urbanizado
del mundo. Aproximadamente 39 por ciento de la población etíope vive por debajo
del umbral de pobreza (1,25 dólares al día), por lo que existe una desnutrición
de 41 por ciento de su gente, con una tasa de retraso en el crecimiento de 47
por ciento, cuyas consecuencias son devastadoras, por ejemplo, con ello se
asocia 28 por ciento de la mortalidad infantil y 16 por ciento de las
repeticiones de curso en enseñanza primaria.
Las
mujeres etíopes sufren de forma muy acusada la ausencia de igualdad social y
económica y la falta de respeto hacia sus derechos más básicos. Todos esto,
junto con la sequía y la inseguridad, se agudiza en la región somalí donde se
encuentra Gode.
Ante
esta dramática situación, la Iglesia quiere ser y se siente llamada a ser un
signo concreto de esperanza. Reconociendo el rostro de Cristo en cada persona
que sufre y ofreciéndole el alivio de su caridad. En cada rostro, en cada
persona que sufre, la Iglesia reconoce que el que tiene hambre, sed, está
desnudo, en la cárcel, es Cristo mismo que dice: “A mí me lo hiciste”.
¿La Misericordia de Dios
es el rostro que damos los cristianos en esa porción de África?
La
misericordia no es una tarea más que la Iglesia realiza entre otras muchas. La
misericordia es su tarea única. Toda obra que la Iglesia realice, que no sea
reflejo del amor misericordioso de Dios, es simplemente una tarea inútil y
marginal.
¿Tienes alguna anécdota?
Tengo
muchas. Ya son dos décadas de trabajar aquí. Pero hay una que quiero contar,
para que se vea lo que es la Iglesia aún en tierras no cristianas. Una mañana
vi gente extraña dentro del terreno de la Iglesia y tardé poco en darme cuenta
que, una vez más, las autoridades locales pretendían parar nuestras obras, con
la excusa de sacarnos dinero por unos supuestos impuestos inventados.
El
Buen Dios, sin embargo, iba a sacar un inesperado provecho en favor de un grupo
enorme de refugiados que en ese momento llegaba a Gode huyendo de una masacre.
Le
solicité al alcalde que interviniera ante el atropello que estábamos sufriendo
y lo hizo con gran determinación, pero me dijo: “Padre, nosotros también
necesitamos la ayuda de la Iglesia, acompáñeme, por favor”, me fui con él sin
saber a dónde me llevaba. Se trataba de una reunión con los líderes somalíes
locales que discutían cual sería la manera más eficaz de ayudar a la cantidad
de refugiados que venían de Oromía (región de Etiopía limítrofe con la región
somalí).
A
la mañana siguiente nos reunimos con un grupo de ellos y nos contaron historias
espeluznantes de cómo habían logrado escapar de noche de sus casas y sus
tierras en la que habían vivido durante generaciones, por el simple hecho de
acercarse a pozos de agua que aliviaran la sed de sus ganados y la suya propia.
Algunos
de ellos habían sido macheteados y troceados como fiambre, hombres, mujeres y
niños que habían sido salvajemente mutilados por el uso de un simple pozo de
agua.
Inmediatamente
comenzamos a llevar a las familias con mayor número de enfermos a la pequeña
clínica que suele atender a nuestros pacientes. Nos aseguramos de que uno por
uno, recibieran la atención médica más apropiada. Nos hicimos cargo de sus
medicinas y les explicamos cómo administrarlas. Está operación duró una semana
completa.
A
los dos días, con los líderes de sus clanes, fuimos a ver a 75 kilómetros de
Gode unos terrenos muy aptos para reubicar a estas familias que son
agricultores por tradición. No será tarea fácil, pero es bonito saber que
cuando las autoridades somalíes necesitan ayuda inmediata para gente que sufre,
no es a la ONU ni a las ong’s a quienes recurren debido a su compleja
burocracia, sino a la Iglesia que, aún en nuestra pobreza y escasez de medios,
sale al encuentro del que sufre.
¿Ha valido la pena?
Ahora
se congratulan conmigo tantos profetas de desgracias que durante aquellos
primeros años me decían que estaba malgastando la vida, que estas gentes no se
merecían tantos esfuerzos, que si no sería yo más útil a la Iglesia en tal o
cual lugar…
¡Qué
terco es el amor! ¡Cuánta tenacidad hace falta para seguir la voz de Dios en la
noche y ser fiel a ella mientras los oráculos de la sensatez de cristianos
burgueses y apoltronados pontifican sobre lo que uno debe o no debe hacer!
¿Qué retos concretos de
transmisión del Evangelio encuentras con las autoridades políticas en esa área?
Las
gentes de mi entorno viven aterrorizadas. El miedo, el pánico es como el aire
que respiran, desde que nacen. No sabemos lo que es el miedo hasta que lo
sufrimos un día y otro día, en nuestra propia carne. Por tanto, no creo
exagerar, si digo que la tarea fundamental es ayudar a la gente a vencer el
miedo.
Lógicamente,
no se trata de un miedo irracional. Estas gentes tienen razón para tener miedo.
Viven en un régimen de terror, carentes de los derechos más fundamentales.
En
Etiopía la vida no vale nada. La gente desaparece sin dejar rastro. En
realidad, no existe la propiedad privada ni los derechos individuales.
La
Iglesia debe hacerse presente entre estas gentes como garante de sus derechos,
como defensora de los más débiles. Ella es la que toma la causa de los “sin
voz”. Les defiende, se pone en medio, entre el matón, el agresor y la pobre
criatura pobre y asustada.
Lo más importante: ¿cómo,
donde, para qué y por qué colaborar con la misión que encabezas?
En
Gode hace ya un año y medio que no ha caído ni una gota de lluvia. Aquí todo se
está muriendo. Es dramático ver a las gentes llegar al hospitalucho de Gode,
por cualquier medio de transporte, incluido carretas tiradas por burros, con
pacientes escuálidos y moribundos.
En
estos momentos Gode está siendo arrasado por una espantosa epidemia de cólera.
Las gentes llegan en el último aliento y a veces mueren a los poco minutos en
manos de médicos impotentes ante la magnitud de la tragedia.
Es
tan triste y desolador ver los sembrados devastados por la sequía. Aquí ya no
crece nada, ni el maíz, ni la soja, ni ningún tipo de cereales, todo se lo
lleva el viento en nubes gigantes de polvareda, que todo lo ensucia y viste de
gris.
Cada
mañana cuando salgo de casa, antes del amanecer, para celebrar la santa
Eucaristía, veo como aumenta el ganado muerto a la orilla del camino, vacas,
cabras, ovejas… El hedor es espantoso y el espectáculo tristísimo. Ahora mismo
en Gode solo se respira muerte y desolación.
Pero
se puede solucionar, con ayuda de ustedes, lectores de *Aleteia*. Las medicinas
que más nos hacen falta, si tuviéramos los recursos, se las podríamos
suministrar al hospital de Hargele desde Gode, ya que la mayoría de estos
medicamentos son accesibles aquí.
Necesitaríamos
fondos para pagar el combustible de los vehículos nuestros, que van y vienen a
las zonas de emergencia y, por último, fondos para comprar alimentos de primera
necesidad. Os ruego por el amor de Dios que hagáis cuanto podáis por ayudarnos.
Toda ayuda, por pequeña o aparentemente insignificante que os parezca, puede
ayudar a salvar una vida.
Fuente:
Aleteia