«En tiempos de difícil convivencia, monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia"
El
15 de agosto se celebra el centenario del nacimiento del beato Óscar Romero,
obispo y mártir. El recién creado cardenal y obispo auxiliar de San Salvador,
Gregorio Rosa Chávez, ha pedido a los fieles que participen en la peregrinación
de tres días que comenzará en la capital y culminará en la tierra natal del
beato, en Ciudad Barrios.
«Caminando
hacia la cuna del profeta» es el nombre de la peregrinación organizada por la
Iglesia salvadoreña para conmemorar el centenario del nacimiento del beato
Óscar Romero. La ruta tendrá lugar en tres etapas, desde el viernes 11 al
domingo 13 de agosto. Concluirá con una Misa en el lugar que vio nacer al
obispo mártir.
«Hay
un gran entusiasmo por esta celebración, lo que supone un signo de esperanza
para el país. Creemos que este pueblo, si se mueve con fe, puede lograr lo que
parece imposible: ser un país en paz», afirmó el cardenal. El objetivo de la
peregrinación, añadió Rosa Chávez, es «buscar juntos, en camino, senderos de
unidad».
Una multitudinaria
celebración
La
Conferencia Episcopal de El Salvador lleva tres años preparando esta efeméride,
para que los salvadoreños y todos los fieles del mundo recuerden al beato
Romero como hombre, pastor y mártir.
Todos
los preparativos culminarán con una gran celebración a nivel nacional con tres
Misas. La primera será el 12 de agosto en la diócesis de Santa Ana, con una
ponencia sobre el beato impartida por el cardenal Rosa Chávez. La Santa Misa
será presidida por el obispo diocesano y contará con la presencia de monseñor
Léon Kalenga, nuncio apostólico.
El
13 de agosto tendrá lugar la Misa en la diócesis de origen de monseñor Romero,
en Ciudad Barrios. Finalizarán los actos el mismo día de su nacimiento, el 15
de agosto, con una gran celebración en la catedral metropolitana, presidida por
el cardenal Ezzati, arzobispo de Santiago de Chile.
Además,
desde hace un poco más de un año, las reliquias del beato Romero han estado
peregrinando por las parroquias de toda la provincia eclesiástica salvadoreña.
Obispo y mártir
El
15 de agosto –día de la Asunción de la Virgen– de 1917 nacía en Ciudad Barrios,
Óscar Arnulfo Romero, en el seno de una familia humilde. Ordenado sacerdote a
los 25 años en Roma, pronto regresó a su país, donde destacó por su pastoral
caritativa y entregada.
Fue
nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el
22 del mismo mes, en una ceremonia muy sencilla. Tenía 59 años de edad y su
nombramiento fue para muchos una gran sorpresa. Durante los tres años que
ejerció este ministerio, monseñor Romero se convirtió en un implacable
protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más
desfavorecidos; esto lo llevó a denunciar la violencia y a enfrentarse cara a
cara a los instigadores de este mal.
Sus
homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo.
Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país
y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror.
El
domingo 23 de marzo de 1980, monseñor Romero pronunció su última homilía, la
cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza
de su denuncia: «En nombre de Dios y de este pueblo sufrido… les pido, les
ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión». Al día siguiente fue
asesinado de un disparo mientras oficiaba la Eucaristía en la capilla del
Hospital La Divina Providencia.
En
unos tiempos históricos particularmente difíciles, Dios concedió a El Salvador
«un obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió
en imagen de Cristo Buen Pastor», dijo de monseñor Romero el Papa Francisco, en
una carta enviada al actual arzobispo de San Salvador.
«En
tiempos de difícil convivencia, monseñor Romero supo guiar, defender y proteger
a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia.
Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y
marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo
Sacrificio del amor y de la reconciliación», poco antes de la consagración,
«recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por
sus ovejas».
«Damos
gracias a Dios porque concedió al obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento
de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e
iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana»,
afirmó Francisco en su mensaje. «Quienes tengan a monseñor Romero como amigo en
la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su
figura, encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para
comprometerse por un orden social más equitativo y digno».
Fuente:
Alfa y Omega