Siempre pensó en la escasez del personal misionero y la ingente mies que espera aguardando el mensaje de amor y esperanza que Cristo nos ha dejado
El
mes pasado me llegó la noticia por mi hermano Gabi de que acababa de fallecer
José Manuel Madruga, director diocesano de Misiones de Burgos, con el que
apenas una semana antes había compartido la Eucaristía en la parroquia de san
Juan Evangelista, donde ayudaba en el servicio pastoral de la parroquia.
Me
cayó la noticia como un jarro de agua fría, me quedé como mudo, sin saber qué
decirle a mi hermano, con el que iba a compartir el trabajo de esa parroquia.
Nuestra diócesis de Burgos perdió no solo un gran misionero, sino una reserva
de ciencia y experiencia misionera, con una gran humanidad y visión clara y
firme de por dónde debe ir la evangelización ad gentes.
José
Manuel Madruga ha sido un sabio de la misión, gran maestro del corazón
misionero, austero y desprendido, que quiso modelar la encarnación del
Evangelio en compañeros y hermanos de camino por el mundo y, en especial, por
el continente de la esperanza, América, donde dio parte de su vida. Compartió
el dolor por la injusticia del mundo de los pobres y el dolor de su propio
cuerpo por su enfermedad, que estoy seguro ofreció como oblación por la misión
y los misioneros.
Probado
por la enfermedad, el Señor lo llamó en octubre, mes de las misiones. Lo tomó
como espiga madura para ser sepultada en la tierra y dar abundantes frutos.
Misionero fiel, pudo escuchar: «Siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu
Señor». José Manuel nos deja un legado para saber que la evangelización exige
ser una Iglesia en salida, que vive una comunión fraterna con Iglesias en
implantación; y que evangelizar exige optar por los pobres, denunciando con
espíritu profético las causas de la injusticia que sufren estos pueblos.
La
evangelización va más allá del kerigma, también es trabajar por el desarrollo
humano desde la caridad cristiana. Él fue un hombre de fe pisando la tierra,
que desgastó su vida, siendo luz para los demás desde el silencio de la
reflexión callada y la pluma ágil para escribir por las sendas del espíritu que
llega a la cima, contemplando y escuchando el vivir de los misioneros de su
diócesis y del Instituto Misionero IEME, al que amaba con todo el corazón y
dirigió muchos años. Siempre pensó en la escasez del personal misionero y la
ingente mies que espera aguardando el mensaje de amor y esperanza que Cristo
nos ha dejado. Que su ausencia física haga presente la nueva pasión por las
misiones ad gentes, por el ejemplo que ellos nos dejan.
Desde
la selva de Ecuador en Puyo nos unimos al dolor de nuestra diócesis burgalesa
por la muerte de nuestro misionero, amigo y maestro.
Rafael
Cob García
Obispo de Puyo. Ecuador
Obispo de Puyo. Ecuador
Fuente: Alfa y Omega