Su
territorio diocesano abarca más que toda España y gran parte es desierto
Poco en la vida del obispo Columba
Macbeth-Green se parece a la de otros compañeros suyos en el episcopado,
especialmente del mundo occidental. Tanto en su forma de ser y vivir su
ministerio como en la particularidad de su diócesis, la australiana de
Wilcannia-Forbes, más grande que todo el territorio de Francia o España, con ninguna
ciudad mayor de 20.000 habitantes y en la que gran parte es desierto pero en la
que también hay zonas verdes en las que se producen violentas inundaciones.
Para cualquier viajero que recorra
las interminables carreteras que van hacia el caluroso y seco centro de
Australia no sería extraño poder encontrarse a un hombre de 51 años que
conduce un coche y una autocaravana, que viste de sacerdote y sombrero
australiano, y que además lleva al cuello una cruz pectoral. Tampoco sería raro
que en una de las paradas se le encontrara tocando la gaita a los allí
presentes.
Nueve
horas de coche para llegar a su catedral
Este hombre es monseñor Macbeth, el
obispo más joven de Australia y miembro de la pequeña orden religiosa de San
Pablo Primer Eremita. Y es que este peculiar prelado tiene que hacer viajes
de hasta nueve horas en coche para poder llegar a su catedral y cuatro o cinco
para celebrar misa para apenas 15 personas.
Esta vasta diócesis tiene apenas 30.000
católicos dispersos en este inmenso territorio y apenas 14 sacerdotes para
atenderlos a todos. Por ello, en ocasiones el obispo debe moverse en la
diócesis en pequeños aviones para presidir las confirmaciones u otras
celebraciones aunque a ellas acudan pocos feligreses.
“Cuando me uní al monasterio de mi orden
pensé que había escapado de Wilcannia-Forbes (él es natural de la diócesis),
¡pero resultó que no! Yo
era el capellán de la Policía y dirigía un santuario mariano. No tenía
estudios, es decir, títulos, nunca había trabajado en una cancillería… ¡Así que
creo que me eligieron para obispo simplemente porque era de esta diócesis”,
relata Columba a Crux
Now.
Este obispo tiene claro que su
presencia física es fundamental aunque para ver a tres feligreses deba conducir
durante siete u ocho horas por caminos de tierra polvorientos. Mostrar
la alegría del Evangelio es también su otra prioridad. Un cristiano triste es
un triste cristiano.
Su
experiencia como capellán de la Policía
Y parte de este convencimiento lo tiene
tras haber pasado años como capellán de la Policía y acudiendo rápidamente
donde se había cometido un crimen o un grave suceso. Y esta pastoral es una
forma de llevar a Dios en medio de la oscuridad. “Me han llamado para hablar
con las víctimas que han sufrido lo peor que la gente puede hacer con otras
personas, como asesinar a sus hijos”, explica.
Muchos de sus feligreses son voluntarios
de grupos de bomberos o protección civil, pues viven en zonas muy aisladas y
poco habitadas. “Muchas veces –explica el obispo- llegan a una escena donde
todos están muertos o se están muriendo y no pueden hacer nada, simplemente
pueden ver esa carnicería.
Buena parte del tiempo me los pasé yendo
a esos incidentes viendo lo peor de lo peor porque esta es la forma en la que
un capellán podía apoyarlos. Si han visto lo que tú has visto, entonces pueden
hablar contigo”. A veces
sólo se trata de estar allí frente a la escena del asesinato o del accidente y
rezar.
“La Policía venía a menudo a rezar
conmigo o a agradecerme que hubiera ido a alguno de estos sitios para llevar paz en una situación
realmente difícil. Y encontré esto muy satisfactorio porque realmente podía
hacer algo”, recuerda Macbeth-Green.
El
obispo gaitero
Poco o nada se parece su actual vida a lo
que él buscaba cuando ingresó en su orden religiosa. Pero tiene claro que no
hay nada mejor que cumplir la voluntad de Dios y poner a su servicio los
talentos recibidos. Y aquí es donde entran su sentido del humor, su
cercanía con sus feligreses y su afición a la gaita.
Monseñor Macbeth-Green afirma, aunque parezca
imposible, que era un niño introvertido. Fue así como empezó a tocar la gaita y
como sin proponérselo, este instrumento se ha convertido en una efectiva
herramienta de evangelización para él como sacerdote, pero también ahora
como obispo.
De hecho, en sus interminables viajes en
autocaravana por la diócesis siempre lleva consigo la gaita. Y donde para la
toca. Es un instrumento, como él mismo reconoce, que no pasa desapercibido.
Una
herramienta de evangelización y acercamiento
“(La gaita) la amas o la odias, pero no
puedes ignorarla. Este es el instrumento ideal para mía, porque no quiero me
ignoren. Ha sido tal su perfeccionamiento tocándola que incluso ha
participado en dos ocasiones en Escocia en el campeonato mundial.
“La gente que puede no hablar con un
sacerdote, o ciertamente no hablar con un obispo, sí estás tocando la gaita sí
hablará con un gaitero”,
afirma Columba.
La
Alegría del Evangelio
Su sentido del humor y su cercanía
constante, aunque eso le obligue a recorrer miles de kilómetros, son sus otras
herramientas evangelizadoras. El prelado explica que “la vida es demasiado
corta y el humor es de suma importancia. Los problemas del mundo, los problemas
de la Iglesia son muchos. Pero no puedes olvidar la Alegría del Evangelio.
¡No es la tristeza del Evangelio!”.
Estos rasgos de su personalidad adaptados
a su ministerio le están ayudando en su labor episcopal. Cuenta que en su
diócesis “la gente es muy sencilla pero profunda, cercana a la tierra, y con
buen sentido del humor. Y lo que tienes que hacer es visitar a la gente
mucho para llevarle los sacramentos, y luego quizás ayudarles a esquilar las
ovejas, echar una mano para arreglar una cerca o simplemente compartir una
cerveza”.
La
belleza de la Liturgia
“¿Por qué van a merecer menos estas
personas que las que pueden ir a misa en una catedral de una gran ciudad?”, se
pregunta. “Las personas son personas, y todos merecen que demos lo mejor de
nosotros y que compartamos la belleza que tiene la Liturgia”.
Por ello, no le importa dar su vida en la
carretera o en pequeños aviones para llegar a todos los rincones de una
diócesis mayor que toda España o Francia. Sabe que muchos feligreses no pueden
tener misa los domingos porque no hay sacerdotes suficientes y no pueden llegar
cada semana a todos los pueblos. Por ello, este obispo graba una homilía
cada semana, y cada comunidad la descarga el domingo para verla juntos después
de la liturgia de la Palabra. Más tarde, un ministro de la Comunión reparte
el Cuerpo de Cristo.
Pese a todo, la diócesis tiene grupos de
jóvenes, pese a que puedan estar separados entre ellos a cientos de kilómetros.
Y también participan en retiros. Columba sabe que hay está el futuro y los
cuida especialmente. “Pese a la situación, todos saben quién es el obispo,
cuando los niños me ven llegar todos me preguntan si he traído la gaita”.
Javier Lozano
Fuente: ReL