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29 de septiembre de 2020

LA GALLINA, EL AMPUTADO, Y OTRAS HISTORIAS DE DESPLAZADOS

La española Inés Oleaga compartió, en un evento en línea del Servicio Jesuita a Refugiados, los desafíos de acompañar a los desplazados internos en República Democrática del Congo


Foto: CNS
Por una carretera cerca de Masisi (Kivu del Norte, en la República Democrática del Congo), la española Inés Oleaga, de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, se encontró con una mujer que caminaba con algunas de sus pertenencias. Entre ellas, una gallina. La religiosa quiso comprársela, como forma de ayudar económicamente a quien parecía ser una persona obligada a huir de su hogar a causa de los continuos enfrentamientos. 

«No, gracias. Estoy de regreso porque la guerra ya ha terminado», dijo ella con firmeza. Esta afirmación, aclara la misionera, se refería a que «su aldea ya estaba en paz» de momento, «a pesar de que en las colinas cercanas aún se oían armas pesadas. Ella estaba feliz, llena de esperanza». Y necesitaba la gallina para empezar a reconstruir su vida. 

Oleaga compartió estos recuerdos durante un encuentro en línea organizado por el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS por sus siglas en inglés) con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que se ha celebrado este domingo. Con el lema Como Jesucristo, obligados a huir, está centrada en los desplazados internos. 

Una casita para morir con dignidad 

La vivencia con la mujer y la gallina de esta religiosa, que durante su estancia en el Congo trabajó con el JRS, contrasta con otras mucho menos alegres. Por ejemplo, cuando después de un ataque a un campo de desplazados internos se encontraron, entre los que huían, con una anciana paralizada por un ictus. No se pudo hacer mucho por ella, más que «construirle una casita donde morir en paz». 

Lo mismo ocurrió con un bebé con espina bífida y con «Papá Sansón», un anciano al que hubo que cortar las piernas (gracias a Médicos Sin Fronteras) a causa de la gangrena. «Es un gran desafío para la esperanza acompañar» y tratar de salvaguardar la dignidad de «estas personas que se acercan al final y que nunca van a llegar a tener una vida distinta a un campo de desplazados. Hay que gestionar la frustración, estar al pie de la cruz. Pero es un regalo hacerles sentir que son importantes para alguien». 

Continuos desplazamientos 

«Los años que pasé con los desplazados en el Congo fueron un regalo», aseguró desde su nuevo puesto, en Roma. Con 5,5 millones, República Democrática del Congo es el tercer país del mundo en desplazados internos, detrás solo de Siria (siete millones) y Colombia (5,6). La mayoría están en Kivu Norte (donde está Masisi) y el resto del este del país, y han encontrado refugio en campos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) o en otros espontáneos, tanto rurales como urbanos. Otros se alojan con familias de acogida. 

Se trata de una zona «de una riqueza y belleza impresionante», con tierras fértiles y grandes reservas «del codiciado coltán». Ante semejante tentación, «las personas se hacen menos importantes» y empiezan a abundar los conflictos. «Hay muchísimas armas, y los grupos armados tienen comunicación vía satélite, lo que te hace ver que hay gente muy interesada» en que no cesen los enfrentamientos. Todo ello «crea un entorno de inseguridad y miedo», en el que se alientan las divisiones étnicas y de todo tipo. «El mayor desafío pastoral es la desconfianza», apuntó la misionera. 

Como consecuencia, los desplazamientos (y los retornos) de población son constantes, huyendo de unos enfrentamientos también en movimiento. Cuando las cosas se ponen feas, «todos van a lugar seguro más cercano». Atender a tantos grupos de personas es todo un desafío. En una zona rural y montañosa, «muchos de los lugares seguros son casi inaccesibles». También hay «mucha burocracia», incluso dentro de las organizaciones humanitarias, y corrupción. Al no llegar ayuda muchas veces, «sobre todo las mujeres deben salir a buscarse la vida», arriesgándose a sufrir más violencia, especialmente sexual. 

Potencial humano 

Este sombrío panorama contrasta con el «gran potencial humano» de los congoleños. Por eso una prioridad para el JRS en la zona es promover a estas personas, por un lado «socialmente», pero también impulsando que «todos sean actores de paz y reconciliación». Oleaga puso como ejemplo a una mujer, madre de varios hijos y desplazada, «que se convirtió en una grandísima colaboradora del JRS» a la hora de ayudar a otras mujeres, madres solas o víctimas de violencia sexual, a volver a ponerse en pie y cuidar de su familia. 

Hablar de promoción es hablar de educación. En Kivu Norte, el JRS ofrece alfabetización y matemáticas básicas, formación profesional, clases de Secundaria («en emergencias casi nadie se ocupa de eso»), preparación para maestros («que a veces caminaban dos días para venir»), material escolar y construcción de escuelas. «Es importante hacer esto también en las zonas de retorno», no solo en los campos. 

De hecho, otra de sus prioridades es promover las iniciativas educativas y de todo tipo «fuera de los campos, para que también beneficien a la población local». No era infrecuente en estos casos que acabaran conviviendo personas de etnias distintas, incluso enemigas. Por ejemplo, durante una actividad de formación en resolución de conflictos que concluyó con un campeonato de fútbol. «La final fue entre equipos enemigos. Ganó el visitante, y a pesar de nuestro miedo no ocurrió nada». 

María Martínez López 

Fuente: Alfa y Omega