P. Blaise Olok Njama Muteck con sus familiares |
Mi vida siempre ha transcurrido en
una alegre precariedad, lo que me ha hecho experimentar bien cuán
importante es la Providencia de Dios.
Y esa
precariedad comenzó muy pronto en mi vida: al día siguiente de mi nacimiento, mi papá perdió su
trabajo, pero esta lamentable situación no me impidió ir a la escuela,
ya que provengo de una familia arraigada en la fe católica que nunca ha dejado
de fomentarme en tener una buena formación.
Durante
mi infancia, mientras asistía a la escuela primaria, recibí los sacramentos de
iniciación cristiana que me permitieron practicar mi fe en la parroquia Nuestra
Señora del Buen Consejo en Tombel como niño de coro durante más de 5 años. Fue
durante este período que sentí
la llamada a convertirme en sacerdote que se hizo más clara con
el tiempo.
Después de la
escuela primaria, papá me preguntó qué quería llegar a ser en la vida. Le respondí: ser sacerdote.
No sé si mi respuesta le gustó, pues en seguida me mandó a la cama.
Excluido por falta de medios
Dos
semanas después, me hizo la misma pregunta y mi respuesta fue la misma. Así
que, finalmente me
matriculó en el Petit Séminaire Saint Michel de Melong, donde pude estudiar
por un año a pesar de la escasa pensión de jubilación de mi padre.
Después
de un año fui excluido del
seminario debido a la falta de pago de mi matrícula. Dos años después, mi
padre murió y todo se complicó aún más, ya que nadie podía hacerse cargo de mi
formación.
«Mi hermana se sacrificó»
Pero
la Providencia trabajaba por nosotros y lo hizo todo más fácil, ya que mi
hermana mayor, la primera hija de la familia, fue contratada en un banco: fue ella, pues, quien se sacrificó
por mí lo suficiente como para completar mis estudios primero en el
Seminario Menor y luego en el Seminario Mayor “Pablo VI”, en la ciudad de
Douala.
Después
de mi formación, fui ordenado diácono y asignado como vicario en la parroquia
de St. Paul de Nkondjock (en las afueras de la ciudad) donde, además de la falta de agua
potable y la inestabilidad de la electricidad, me encontré una vez más, y esta
vez como sacerdote, en la alegre precariedad de la cual ya había hablado.
Fue una experiencia difícil, obviamente, pero al igual fue hermosa y rica. Pasé dos años en este pueblo y allí mismo fui ordenado sacerdote, el 30 de enero de 2016. Así, al año siguiente, el obispo me confió un nuevo cargo: pastor de una parroquia de lengua inglesa, en Bafang y director del colegio de St. Paul, además de capellán de los colegios St. Paul y St. Mary.
Hay
que saber que en mi país
la precariedad también se expresa a través de la presencia de dos idiomas
oficiales: el francés y el inglés, además de los idiomas locales. Así
que todos tenemos que ser capaces de hablar en varios idiomas.
Me
quedé, pues, tres años en este oficio, antes de que mi obispo decidiera
mandarme a Roma para estudiar.
Nuestra
diócesis, de hecho, es muy joven, pobre (tan solo tiene ocho años) y rural. Su población es campesina y
vive de la pequeña agricultura. Pero mi obispo es muy carismático y
visionario, de ahí su deseo de crear estructuras que puedan darle a la diócesis
cierta autonomía para impulsar su desarrollo.
Una universidad católica
Durante
los últimos 3 años, pues, ha
establecido una Universidad Católica “St. John Paul II”, ya que su
deseo es guiar a los jóvenes de nuestra diócesis desde el jardín de infancia hasta
la universidad dándoles sacerdotes que puedan ser sus mentores para perpetuar
el catolicismo que está al borde de la extinción debido a la secularización que
está en pleno apogeo.
Y
éste es otro reto: en un país pobre, secularizado y además con la emergencia
del coronavirus en todo el mundo, ¿cómo era posible pensar en ir a Roma, y quién estaría
dispuesto a ayudarnos en esta tarea?
Gracias a CARF
La
respuesta de la Providencia, en este caso también, no tardó: el CARF, Centro Académico Romano Fundación,
me otorgó una beca de estudio y así, superando los obstáculos de la cuarentena,
he podido llegar a Roma a tiempo para empezar mis estudios de Comunicación.
Mi
obispo, pues, quiere dar a
sus sacerdotes una formación de calidad para que puedan volver a enseñar en la
universidad que él mismo estableció hace poco tiempo, haciéndola más
competitiva y también capaz de impulsar una formación que tenga un alma y
valores de calidad, o sea que influencie el mundo con su originalidad.
Radio Lumen gentium
Además,
el año pasado mi obispo fundó una radio: radio Lumen gentium, que es una herramienta de comunicación imprescindible y necesaria para la
evangelización de hoy: en su opinión, esta estructura tiene que dirigida
a largo plazo por sacerdotes bien formados en la comunicación, de ahí mi razón
de estar en Roma.
Como
sacerdote joven y aprovechando esta oportunidad, puedo asegurarles a todos mis
benefactores del CARF que daré
lo mejor de mí para poder formarme y servir a la Iglesia y a mi diócesis.
Soy
muy consciente de los desafíos de mi diócesis y de los sacrificios hechos por
mis bienhechores, a quienes ya deseo expresar mi profunda gratitud, pero tengo
confianza en Dios y en su Providencia, como siempre he hecho en mi vida gracias a la alegre precariedad
que tanto ha sido preciosa para experimentar la misericordia y la ayuda del
Señor.
Fuente: ReL