Fray Miguel Gutierrez. Dominio público |
En
una entrevista con La Gaceta de Salamanca nos trae su experiencia
africana y cómo ha cambiado la vida en este medio siglo pasado en el gran
continente.
Pero
no todo fue bonito. Allí vio lo mejor del ser humano, pero también de lo que es
capaz de hacer y cita concretamente el genocidio de Ruanda. “Ese día teníamos
que traer cables de la central eléctrica porque nos lo daba el director pues
eran muy gruesos y no se podían comprar en los comercios. A las 11 de la mañana
comenzaron los Hutus a matar Tutsis y Hutus moderados. El Congo y Ruanda están
separaros por el río Ruzzizzi, que sale del lago Kivu y va al lago Tanganika. A
niños, jóvenes, hombres y mujeres, hasta a ancianos les cortaban la cabeza y
los tiraban al río. Los de la orilla del Congo gritábamos llamándolos
“asesinos”. Hasta yo gritaba en español. Ha sido la experiencia más triste de mi vida”, recuerda
todavía horrorizado.
No
es fácil ser misionero ahora, pero menos lo era hace décadas. Sobre este
asunto, fray Miguel relata que “en la misión carmelitana de Masisi había dos
selvas que había que recorrer: Walikale-Mutongo y otra en Ñamaboko. Se
visitaban sus poblados y se veían las necesidades espirituales y materiales:
hacer carreteras, construir iglesias, escuelas o centros de salud. Allí se estaba
por lo menos dos semanas sin ir a la central. Un día se hacían 30 kilómetros,
otro 40... Un día dos obispos hablaban de evangelizar una selva de la misión de
Butembo a partir de la Diócesis de Goma. No se podía pasar por tantos ríos y tantos leopardos como había. Me
presenté como voluntario y fui para allá”.
“Cuando los
Carmelitas nos internamos en la selva de Walikale y Ñamaboko encontramos muchos
leprosos. La lepra a unos
les había comido las manos, a otros los pies... Pensamos hacer un
poblado para los leprosos”, agrega.
Ese
arrojo de ir a lo desconocido, a lo peligroso sin importar las fieras ni el
clima ni las dificultades del terreno ha tenido sus frutos y se ha traducido en
algo palpable. Este veterano carmelita cuenta que “en la parroquia que yo dejé al venirme del Congo (Chimpunda)
había unos 10.000 alumnos en las escuelas primarias. La Universidad
Católica tiene bastantes clases, también la Universidad Oficial y sobre todo la
Escuela de Enfermería, con más de 2.000 alumnos. Los Carmelitas llevan más de
30 años siendo capellanes de este centro. Todos los días por la mañana
encuentras más de 500 jóvenes estudiantes oyendo misa”.
En
aquellas circunstancias vio también otros sucesos difíciles que les costaron
muchos sufrimientos a los misioneros. Fray Miguel explica que “en la parroquia de Chimpunda
teníamos todo ocupado por la llegada de chicas jóvenes que venían a estudiar
desde la selva. No podían estudiar en una escuela ordinaria porque ya
tenían 13 o 14 años. Al preguntarles por qué no habían ido a la escuela, nos
decían: ‘porque nos violaban. Teníamos que quedarnos en la platanera para que no
nos vieran’. Había unas 700 chicas en esa misma situación”.
El
anuncio del Evangelio fue también acompañado con la mejora de la calidad de
vida de las personas. “Los
cristianos decían que Cristo es luz, pero allí ellos estaban en las tinieblas. No
tenían luz eléctrica y las turbinas estaban a unos cinco kilómetros. Con la
ayuda de Manos Unidas y la colaboración de los habitantes, se pudo poner la
electricidad en veinticinco poblados”.
Para
acabar habla de su experiencia y de cómo debe ser un misionero. Fray Miguel lo
define así: “el carmelita
tiene que ser 100 % misionero y 100 % contemplativo, no mitad y mitad, sino
completamente misionero y completamente contemplativo. He sido un pobre
misionero en África. Ahora un pobre contemplativo. Yo he pedido mucho para
hacer iglesias y colegios, pero no para comer. Regresé a España con tres kilos
más y 50 euros después de 50 años de misión”.