La
comunión de los santos, fuerza de la misión
“Participamos
de los méritos y de la alegría de los santos, como ellos participan de
nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación”, nos dice el papa
Francisco en el Mensaje para la Cuaresma, actualizando la
realidad del pasaje de la Transfiguración del Señor, que escuchamos en el
evangelio de este domingo de Cuaresma.
El
Papa en su mensaje hace varias veces referencia a los santos y a la Iglesia que,
triunfante, intercede por la Iglesia peregrina en este mundo. De hecho, esta
unión de la Iglesia peregrinante con la Iglesia del cielo es la fuerza para la
misión. El papa Francisco denuncia en el Mensaje de este año para la
Cuaresma la tentación de la indiferencia, marcando al pueblo de
Dios el objetivo de la renovación espiritual “para no ser indiferente
y para no cerrarse en sí mismo”. Para ello, una de las cosas que la Iglesia
debe recordar es que también los santos forman parte de ella y que están junto a
los cristianos que es este mundo viven y quieren ser discípulos de Cristo:
“Cuando la Iglesia terrenal ora junto con los santos
formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la
indiferencia”.
La
Iglesia tiene
en sí misma una apertura radical hacia los demás que vence toda
indiferencia: la presencia de los santos en su seno. No se debe olvidar esta
realidad ya que ellos no se olvidan de nosotros: “Junto con los santos, que
encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el
amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado
la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario”. La comunión del
amor de Dios es tan profunda que, cuando recordamos a los santos, ellos nos
recuerdan cómo han vencido la tentación de la indiferencia y qué debemos hacer
nosotros: “Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la
resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de
corazón y el odio”.
El
Papa nos anima a ver en los santos un modelo a seguir: “Hasta que esta
victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros,
todavía peregrinos”. Y, a continuación pone el ejemplo de Santa Teresa de
Lisieux, para quien “la alegría en el cielo por la victoria del amor
crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y
gima” y por eso escribía: “Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo,
mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas (Carta 254,14
julio 1897)”.
El
domingo de la Transfiguración es para que tengamos presente
-contemplando a Cristo y a los santos- que: “La alegría por la victoria de
Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas
formas de indiferencia y de dureza de corazón”. Jesús se transfigura para
comunicar a los Apóstoles la fuerza que necesitan para vencer el escándalo de la
pasión y la cruz.
Pues
bien, la misión debe encontrar su alimento en la victoria de
Cristo sobre la muerte en la resurrección y en el ejemplo e intercesión
de aquellos que le contemplan glorioso. Es una de las armas que el cristiano
tiene para encontrar impulso en su compromiso misionero y abrirse de corazón
a los demás.