Cuaresma:
En el Cuerpo de Cristo no hay lugar para la indiferencia
“En
la Eucaristía nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de
Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia” dice el
Papa Francisco en el Mensaje de
este año para la Cuaresma; palabras en las que resuena
lo que dice Jesús en el evangelio de este domingo: “«Destruid este templo, y en
tres días lo levantaré» […] Hablaba del templo de su
cuerpo”.
El
Papa nos recuerda una verdad que olvidamos con demasiada frecuencia:
que nos convertimos en el cuerpo de Cristo “cuando escuchamos la
Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la
Eucaristía”. Jesús resucitado nos ha unido a sí mismo de forma tan
estrecha e íntima que san Pablo usa la imagen del cuerpo humano: el cuerpo está
firmemente unido a la cabeza y de ella recibe la vida. Jesús, la cabeza,
alimenta a su cuerpo, que es la Iglesia, con su Palabra y con los sacramentos.
De esta manera la vida de Cristo fluye en todo su cuerpo. Y esta vida -lo
sabemos- es el amor con que Cristo se entrega por la Iglesia y por toda la
humanidad.
Por
eso, el papa Francisco nos recuerda que en la Iglesia, cuerpo de
Cristo, “no hay lugar para la indiferencia”. Pero -como
denuncia en el Mensaje- también los cristianos sufrimos la tentación
de la indiferencia “que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros
corazones”. Esto es algo contradictorio con el ser cristiano y la naturaleza de
la Iglesia: “Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es
indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un
miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26)”. Vivir la vida de
Cristo en comunión con la Iglesia es el antídoto más eficaz contra la
indiferencia, ya que ella es su cuerpo y abarca a toda la
humanidad.
Para
vencer la tentación de la indiferencia,
es necesario el examen de conciencia de las comunidades cristianas; ver si de
verdad nos reconocemos como el Cuerpo de Cristo y vivimos como tal. El papa
Francisco lanza estos interrogantes: “¿se tiene la experiencia de que formamos
parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere
donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se
hace cargo de ellos?”.
“La
Iglesia por naturaleza es misionera, no
debe
quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres”.
Ser el Cuerpo de Cristo es ser su presencia viva y activa en medio de los
hombres. Los misioneros
y misioneras
prolongan
su amor hacia todos los hombres y pueblos,
de igual modo, los
creyentes y las comunidades cristianas
deben salir al encuentro
del que no cree. “Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere
llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no
puede callar”.
Juan
Martínez,
OMP España