El
Domund nos invita a la esperanza, porque nos urge a convertirnos en testigos
del Resucitado y nos propone el anuncio del Evangelio como la fuerza más eficaz
para cambiar el mundo
La campaña del Domund para
este año se presenta bajo el lema «cambia el mundo». Puede parecer pretencioso
y utópico, pues muchos consideran que es imposible cambiarlo. Existen motivos
para el desencanto. La llamada posmodernidad se caracteriza, entre otras cosas,
por la desilusión ante las ideologías o «mitologías», según la terminología de
G. Steiner, que han pretendido sin éxito cambiar el mundo.
Quienes esperaban que,
después del fenómeno conocido como la «muerte de Dios», el hombre, liberado de
la supuesta «esclavitud» religiosa, conseguiría lo que las religiones no han
logrado, ocuparía el lugar de Dios y construiría un mundo feliz, se han visto
obligados a reconocer el fracaso. La pregunta sigue formulada: ¿Es posible
cambiar este mundo?
La Iglesia no tiene duda: es
posible. Este mundo puede cambiar si cambian los hombres ayudados por la gracia
de Dios. Es verdad que el cambio definitivo del mundo sólo sucederá con la
venida gloriosa de Cristo cuando todo le sea sometido y la muerte vencida para
siempre. Pero el mundo ha empezado a cambiar desde que el Hijo de Dios asumió
nuestra carne, murió y resucitó para llevarnos al Padre.
Ahí empezó el cambio que no
tiene vuelta atrás. Por eso, la Iglesia no deja de anunciar a Cristo como esperanza
del mundo. Él es el motor de la historia que la lleva a plenitud, entre luces y
sombras, ciertamente, pero con la certeza de que el bien es más poderoso que el
mal y la verdad triunfa siempre sobre la mentira.
El Domund nos invita a la
esperanza, porque nos urge a convertirnos en testigos del Resucitado y nos
propone el anuncio del Evangelio como la fuerza más eficaz para cambiar el
mundo. Ser discípulos misioneros, como quiere el Papa, es vivir con la
convicción de que Cristo puede cambiar el corazón del hombre y convertirlo en germen
y fermento del mundo nuevo que anhelamos.
En torno a cada cristiano y
a cada comunidad que vive con sinceridad su fe y se entrega a Cristo como
instrumento dócil en sus manos, se hace realidad la transformación de este
mundo y se adivina lo que puede llegar a ser si todos los hombres se dejaran
renovar por el amor de Dios. Dios no se niega a sí mismo cuando nos promete que
hay un cielo nuevo y una tierra nueva donde habita la justicia, la misericordia
y la paz.
¿Cómo llegar a ello? El Papa
Francisco nos lo ha recordado recientemente en su carta Gaudete et Exsultate sobre la santidad en el mundo actual: viviendo
y practicando las bienaventuranzas. Cada
cristiano, que cree en la santidad y se ejercita en ella, se convierte en ese
nuevo mundo, real y palpable, que contradice cualquier ideología meramente
intramundana y que es capaz de suscitar en los hombres la esperanza de que este
mundo tiene en su entraña la fuerza sanadora y transformadora de la gracia de
Cristo.
Por eso el Papa se dirige a
cada cristiano y le dice: «Tú también necesitas concebir la totalidad de tu
vida como una misión. Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo
los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti
en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para
discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en
ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy» (GeE 23).
Esta es la esperanza que no
defrauda nunca, ni al cristiano ni al mundo: Saber que Dios nos ofrece vivir
para la misión, es decir, para que en cada uno de los redimidos por Cristo se
forje su propio misterio personal y en cada uno se refleje el único que tiene
poder para hacer nuevas todas las cosas.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia