Audrey Donnithorne, china de nacimiento y corazón, trabajó duro para reconstruir la Iglesia en China y conseguir la unidad
Audrey Donnithorne, china de nacimiento y corazón |
El pasado 8 de
junio fallecía a los 97 años Audrey
Donnithorne, nacida en China aunque de familia británica, figura fundamental en el
catolicismo chino durante décadas ayudando al Vaticano, sobre todo con San Juan Pablo II, con los obispos
ordenados ilícitamente por el régimen comunista y a los que llevaba a la
fidelidad a Roma
Sin duda, su opinión hubiera sido muy útil de cara al acuerdo que hace dos
años firmaron la Santa Sede y China para
el nombramiento de obispos, porque sin ningún género de dudas nadie conoce
mejor la situación de China desde el punto de vista religioso, social,
económico y político.
Una católica conversa
Pero además Donnithorne era una católica conversa. Sus padres
eran misioneros cristianos pero ella acabaría convirtiéndose al catolicismo
siendo joven y sirvió a la Iglesia como un gran instrumento para una nación que
tanto ha preocupado a la Santa Sede.
Por su trabajo de tejedora de unidad de la Iglesia
en China, en 1993 la Santa Sede le concedió
la medalla Pro Ecclesia et
pro Pontifice (Por la Iglesia y por el Papa).
“Nacida el 27 de noviembre de 1922 en un hospital
de la misión cuáquera en la China rural, la autodenominada ‘niña del campo de
Sichuan’ murió en Hong Kong el 8 de junio. En noventa y siete años de una vida
extraordinaria, Audrey Donnithorne navegó en un caleidoscopio de experiencias
lo que la clasifica como una
de las católicas más notables de los tiempos modernos y una verdadera heroína
de la fe”, afirma George Weigel de ella en un artículo en Catholic World Report.
Una vida llena de riesgo
Para entender la vida de esta mujer que abrió
camino a la Iglesia en una situación tan compleja hay que comprender sus
orígenes. Sus padres eran misioneros anglicanos en China. Fue secuestrada por bandidos
cuando era una niña de dos años y medio y mantenida cautiva durante semanas con
sus padres, experimentó la brutal guerra japonesa en China cuando era
adolescente y vivió durante un tiempo en la destartalada capital de Chiang Kai-shek,
Chongqing.
Salió de China en tiempos de guerra de Gran Bretaña
a través de un peligriso vuelo sobre el Himalaya, seguido de un lento y tedioso viaje alrededor del Cabo
de Buena Esperanza y a través de las aguas infestadas de submarinos del
Atlántico. Mientras trabajaba en inteligencia militar en la Oficina de
Guerra Británica, sobrevivió a los ataques con bombas de vapor alemanas V-1 en
Londres y se convirtió al catolicismo.
Durante sus estudios de economía en Oxford se hizo
amiga de una estudiante de química llamada Margaret Roberts, más conocida en el
futuro como Margaret Thatcher. Mientras realizaba un seminario en la
Universidad Hebrea se encontró en Jerusalén durante la Guerra de Yom Kippur.
Anteriormente, había probado la Gran Revolución Cultural de Mao Zedong en Hong
Kong y Macao. Audrey
Donnithorne siempre estaba donde sucedían las cosas, afirma Weigel.
En su opinión era una erudita de clase mundial con
talento para los idiomas y las conexiones, que también fue modelo de una Nueva
Evangelización Católica mucho antes de que el término "Nueva
Evangelización" se convirtiera en parte del vocabulario católico global.
Una ayuda para los pobres y
perseguidos católicos chinos
Sobre Donnithorne también escribe el sacerdote
misionero Bernardo
Cervellera, director de AsiaNews, y otra de las voces más autorizadas en el
ámbito católico sobre lo que ocurre en China.
En un artículo publicado en el digital católico
asiático, el misionero del PIME explica que Audrey siempre consideró la China
como su patria, el lugar
donde ella “fue presentada al mundo”. Y desde Hong Kong procuró
establecer con innumerables visitas, relaciones, estudios y amistades con
personalidades chinas sacudidas por el maoísmo, que estaban despertando y se
abrían al mundo.
Además, en sus numerosos viajes a Sichuan, Audrey conoció a miembros de la Iglesia
que tras años en la cárcel o campos de trabajos habían sido puestos en
libertad. Pasados los peores años de la Revolución Cultural, numerosos
sacerdotes y obispos que habían estado en la cárcel pudieron regresar. “Ella
misma siempre recordaba uno de sus primeros encuentros, el que tuvo con
Monseñor Paolo Deng Jizhou, el obispo de Leshan, octogenario, que había sido
liberado recientemente tras 21 años de trabajos forzados.
A partir de
estas relaciones nació su
“llamada a reconstruir” la Iglesia en China. Ante todo, ayudó a los
cristianos – que salían de un aislamiento de décadas - a hacer libros
para el estudio, financiando la vida de los seminaristas, o la reconstrucción
de las iglesias, tras años de abandono forzoso”, cuenta el padre Cervellera.
Un enlace con los obispos
Aunque trabajó mucho para buscar formas de
financiación y ayuda para los católicos chinos, la labor más importante que
realizó fue la de tejer
relaciones con los obispos chinos, aunque provinieran de un pasado “patriótico” y
hubiesen sido ordenados sin el consentimiento de Roma, pero querían
reconciliarse con el Papa.
Precisamente, explica Cervellera, Audrey se volvió un instrumento
para esta reconciliación, a tal punto que los obispos de Sichuan fueron los
primeros en reconstruir la unidad entre ellos, divididos entre “subterráneos” y
“patrióticos” – y con la Iglesia universal y el Pontífice.
Siempre preocupada en ayudar a sus
hermanos
“En los años ‘90 viajé una vez con Audrey para
visitar al obispo de Leshan, Monseñor Mateo Luo Duxi, y a su comunidad. En
aquella época, las religiosas eran tan pobres que las novicias debían copiar a
mano los libros de cantos y oraciones para poder hacerse de un ejemplar en el
coro. En el encuentro con los obispos, Audreuy aconsejaba, ayudaba, estudiaba posibilidades educativas
y económicas para las diócesis, uniendo astucia económica y una femineidad
basada en la escucha y la disponibilidad”.
El terremoto de Sichuan, en el 2008, fue otra
ocasión para demostrar su compromiso y ayuda. Audrey, en aquél entonces
sostenida por el obispo de Hong Kong, el cardenal Zen, implementó un fondo para la reconstrucción de
las iglesias y edificios eclesiales del Sichuan, así como de las
residencias, dispensarios y asilos.
En cuanto a la Iglesia en China, Audrey jamás quiso dividir entre “subterráneos” y “patrióticos”,
entre blanco y negro, reconociendo una unidad más fuerte que las
contraposiciones. Siempre trabajó por la libertad religiosa, no solo
para dejar respirar a los cristianos, sino también porque la libertad de los
fieles puede asegurar una fuente más - y más verdadera - de progreso en la
sociedad.
Fuente: ReL