El misionero Javier Negro, en Kinkonka (Congo) |
El escolapio aragonés Javier Negro tenía previsto regresar este verano al Congo, pero no
podrá hacerlo. “Todos los días hablo con mis compañeros por Whatsapp para ver
cómo están las cosas.
Tenemos dos misiones, una en Kikonka, que es una zona de
selva, y otra en Kinshasa,
la capital donde viven unos 12 millones de personas, y el 90% de ellos lo
hace en chabolas”, explica el misionero a Religión Confidencial.
“La pandemia hace difícil hacer frente a una crisis
sanitaria como la del Covid-19 y, a veces, es casi peor el problema que la enfermedad, pues desde que
las autoridades decretaron el cierre de Kinshasa está habiendo muchas dificultades para la
entrada de alimentos”, señala Negre, que destaca que “allí la gente muere de
hambre o de otras enfermedades ya superadas en los países ricos, como un
violento brote de sarampión,
que en el Congo ha causado la muerte de 5.000 niños el último año”.
Este
misionero destaca que el número de misioneros ha descendido en los últimos
años, al igual que las vocaciones religiosas, y la mayoría son de edad avanzada
– “muchos tienen en torno a 70 años o más” -, y a la vez notan la mayor
presencia y actividad de las ONG.
“Sin embargo, siempre se dice que los
misioneros somos los primeros que llegan y los últimos que se marchan, y se
cumple en países de África y América Latina, como Zimbabwe, Chad, Bolivia o
Mozambique”.
“En África el panorama es especialmente penoso”
“Este
diagnóstico desolador se comparte en otros rincones del planeta, si bien en
África el panorama es especialmente penoso”, señala este misionero, que también
alude a experiencias que relatan otros de los 200 misioneros aragoneses que
están llevando cabo su tarea en esos países.
Explica, a título de ejemplo, que la Fundación Pueblos Hermanos pone
a la venta cada Navidad la venta de belenes, que sirve para financiar pizarras,
pupitres y material escolar. Funcionó muy bien una campaña con la que se donaba
un euro por ladrillo, y se consiguieron 12.000 euros, que permitieron levantar
un centro escolar para 200 niños que antes tenían el aula bajo un árbol.
“Antes
acudían niños que tenían que caminar 15 kilómetros a pie para llegar a la
escuela. Algunos se desmayaban, porque venían sin comer. Se les daba leche con
azúcar, un plátano o unos cacahuetes y se recuperaban, con un admirable ansia
de aprender por parte de los niños”.
“Allí las epidemias se van sumando”
En varios de
los citados países la actual pandemia del coronavirus se considera “una
enfermedad de blancos, porque allí las crisis se suceden una tras otra y las
epidemias también se van sumando”.
“El ébola
todavía está presente y las vacunas son insuficientes, o cuesta
hacer entender que son necesarios”, destaca a RC,
“limitándose a contacto telefónico cuando hay señal, lo que es poco probable en
zonas rurales”, por noticias que le llegan de países africanos o de América
Latina.
Subraya este
misionero con gran pena que “el trabajo de los misionero se ha ralentizado, porque
no es posible visitar las comunidades rurales y es necesario permanecer en
aislamiento”.
Así mismo, destaca que la comunicación entre
los misioneros que están en esos países pobres y quienes están en estos
momentos en España “es muy frecuente, todo lo que podemos: somos una
gran-pequeña red de apoyo permanente”.
“Quedarse en casa supone no
comer al día siguiente”
“En las
ciudades, el 70% de las personas viven
del trabajo informal y quedarse en casa supone no tener qué comer al día
siguiente. Las ayudas que les han llegado son muy
insuficientes y en muchas ocasiones deben escoger entre evitar el contagio o no
tener qué comer”, explica.
Algunos misioneros exponen también que
“en el campo, el aislamiento supone que no pueden salir a vender sus productos
y por consiguiente no tienen con qué comprar aquellas cosas que no producen
como jabón, aceite, sal, etc.”.
Apuntan
también que “la pandemia ha puesto al descubierto aún más las brechas sociales
porque las clases no las puede seguir quien no paga internet y eso saca del
sistema educativo a los hijos de las familias más vulnerables”.
Más preocupa, no obstante, que “por mucho que
repitan que es clave lavarse las manos, en mucho barrios marginales no hay
agua, las viviendas son pequeñas y con un clima tropical es difícil confinarse
en ellas”.
Fuente:
ReligionConfidencial