Tomás Rico y Loreto Sales son un joven matrimonio de Valencia con apenas 32 años de edad cada uno
Familia Rico Sales. Dominio público |
Allí
junto a otra familia española, dos italianas, una croata y un sacerdote, el
padre Darek, conforman una missio
ad gentes, enviados por el obispo a zonas descristianizadas o
paganas. Y en Europa hay ya muchas zonas de este tipo. Allí evangelizan
con su presencia, con su ser familia y evidentemente anunciando la Buena Nueva.
Y personas alejadas o no católicas que de otro modo no entrarían a un templo se
acercan a estas familias y conocen la Iglesia.
Esta
vocación es netamente familiar pues no sólo Tomás y Loreto son misioneros, sino
que sus hijos Loreto, Isabel, Carmen, Tomás y Pedro lo son
igualmente, y en muchos casos son los pequeños los que abren brecha en la
misión.
En
una entrevista con Ricardo Morales para la revista Ecclesia esta familia
misionera de la parroquia valenciana de Santo Tomás Apóstol habla del origen de
su vocación y de su vida misionera en el corazón de la Europa más secularizada.
Los
dos son licenciados en Bellas Artes y antes de la misión Tomás trabajaba en la
Universidad Católica de Valencia. Ambos pertenecían a la misma
parroquia y los dos eran miembros de la misma comunidad neocatecumenal. Y
siendo muy jóvenes, con 23 años, se casaron sin miedo al futuro.
“Siempre hemos sido algo contraculturales pero
siendo honestos, no creemos que hayamos hecho nada especial. Hemos intentado
vivir una vida coherente tal y como la hemos experimentado en el Camino. Eso no
quita que seamos muy débiles y que no pensásemos que igual estábamos locos por
dar ese paso tan pronto. Porque no teníamos nada. Sin embargo, sí vimos claro
que si teníamos que esperar a cumplir con los parámetros del mundo no nos
íbamos a casar hasta los 30 o puede que nunca”, cuenta el padre de familia.
Según
explica Loreto, “Dios no te abandona” y nunca han experimentado que les haya
“faltado de nada de lo esencial”. Es más, Tomás recalca que “Dios no te
manda a una vida de kamikaze sin estar contigo”.
La
llamada se produjo en un momento de su vida en el que todo iba sobre ruedas.
“Estábamos en Valencia y todo iba bien. Teníamos trabajo y dos hijos. Y
de pronto el Señor nos lo puso en nuestro corazón con mucha paz y alegría. En
aquel momento éramos muy jóvenes y no teníamos ataduras de ningún tipo así que
dijimos ‘¿por qué no?’. Hablamos con los catequistas de nuestra zona y nos
invitaron a una convivencia en Porto San Giorgio, donde está el centro internacional
del Camino Neocatecumenal, junto con otras 500 familias de todo el mundo que
sentían el mismo llamado que nosotros”, relatan.
No
olvidarán aquella “experiencia preciosa” porque estaban abiertos a ir a
cualquier parte del mundo. Tomás explica que mucha gente piensa “que irse de
misión es ir a un lugar de carestía material” o a “lugares recónditos",
que también, pero lo es igualmente donde "la Iglesia es muy pobre
o prácticamente no está enraizada en el pueblo. El modelo de misión
que tenemos está basado en el primer modelo apostólico domus ecclesiae. Son los
obispos los que piden familias y nosotros nos ponemos a su disposición”.
En
octubre de 2016 llegaron con sus dos hijos a Holanda, un país europeo pero una
cultura muy diferente. Loreto señala que “fue un proceso de
confirmación paso a paso. No dejábamos cualquier cosa. Nuestras
familias, amigos, trabajos, comunidad… Yo tenía en Valencia todo. Pero en aquel
momento me dije: donde el Señor me quiera, cuando me quiera”.
Por
su parte, Tomás indica que Holanda “es un país frío con una herencia calvinista
fuerte y centrado en lo económico y lo productivo. Sin embargo, si los
holandeses establecen contigo una relación, son muy fieles. Dios nos ha
puesto verdaderos ángeles en nuestro camino. Es cierto que a los
españoles nos ven como un país muy exótico. Aquí el coco es el Duque de Alba
(se ríen). Lo importante es amar. Si tú amas, allá donde sea, vas a ser
acogido”.
Sus
primeros meses en la misión están llenos de historias y anécdotas. Loreto
afirma que no se llevaron prácticamente nada de España. Únicamente las
maletas y un carrito de bebé. Con sus pertenencias en Valencia hicieron un
mercadillo y donaron otras más. Hasta su hija Loreto con apenas tres años donó
sus juguetes.
El
sacerdote de la misión y las familias en misión ya
instaladas en la zona les ayudaron con los papeles y la búsqueda de una casa.
“Al principio fue toda una aventura… No teníamos cocina así que
hacíamos picnic en el salón (se ríen). Cocinábamos en el microondas”, recuerda
este matrimonio.
Tomás
empezó a buscar inmediatamente trabajo aunque era complicado al desconocer la
lengua. “Empecé trabajando pelando cebolletas y mis compañeros, muchos
colombianos, me preguntaban que por qué me había ido de mi tierra, teniendo un
trabajo en la universidad –en la Católica de Valencia–, para acabar aquí. Luego
estuve tres años cargando camiones en un almacén de flores y después como guía
turístico hasta el estallido de la pandemia”, añade.
En
cuanto a la evangelización, esta familia tiene claro que “el primer gesto de
amor es aprender la lengua. Nadie aprende holandés. A los extranjeros nos
hablan en inglés pero cuando les contestas en su lengua se muestran muy
agradecidos. En realidad nuestra misión es muy sencilla: vivir. Nada
más. Vivir la dinámica del amor. Estar abiertos a quien nos lo pide, con las
puertas abiertas, y hacerles ver que el amor existe. Nosotros no somos
un ejemplo para nada. Discutimos mucho –y más con nuestra sangre mediterránea–
pero existe el perdón, que es lo que mucha gente no conoce y cuando lo ve se
queda sorprendida”.
“En
definitiva –añade Tomás- hemos venido, como la sal, a diluirnos. Nuestra
misión no es construir iglesias sino, a través de Dios, tocar los corazones de
los hombres. Y no buscamos que la gente venga al Camino sin más, no somos
proselitistas, no queremos engrosar las listas de los católicos, sino que
queremos escuchar a las personas y acompañarlas en su día a día”.
Pese
a las dificultades, el padre de esta familia afirma que “merece la pena
hacer la voluntad de Dios. Es ahí donde estamos seguros. A mí me ha llamado
a esto. No es mejor ni peor que lo que viven otros cristianos, cada uno tiene
su misión. Es cierto que no tengo dónde apoyar la cabeza pero yo no lo
cambiaría por nada”.
La
clave es vivir unido con el Señor. Así lo ven ellos, con “naturalidad”. En su
opinión, “es la relación de un hijo con su padre. No es nada
sentimentaloide. La fe es mucho más que eso porque los sentimientos van y
vienen. Es una fe basada en nuestra propia historia, viendo como Él ha
estado con nosotros en nuestra biografía, en los problemas, en las alegrías…”.
“Si
tú no experimentas que Cristo te quiere como eres, no hay mucho que hacer.
Después de todo lo que nos ha ido pasando cada vez estoy más convencido de que la
razón por la que sufre el hombre es el pecado y no por no tener dinero o la
nevera vacía. Hemos podido vivir en la riqueza y en la pobreza con
libertad”, agrega Tomás.
Fuente: Revista Ecclesia/ReL