«Los
dos teníamos nuestra vida profesional y personal en Madrid y aunque estábamos
abiertos a un cambio de residencia, nunca nos hubiéramos imaginado que
terminaríamos en Congo con nuestro hijo, trabajando juntos y en un hospital;
esto sólo estaba en los planes de Dios». Así comienza la historia de Álvaro
Perlado y Mayte Ordovás, casados y con un hijo de año y medio. Farmacéuticos
madrileños residentes en Congo.
El hospital Monkole, obra corporativa del Opus Dei, lleva 24 años en
funcionamiento, pero está en plena ampliación; por eso, sus responsables
buscaban a alguien de fuera del país para ocupar el puesto de director general
adjunto. «Pensaron que mi perfil podría encajar –explica Álvaro–; además,
querían cubrir un nuevo puesto en el servicio de farmacia y Mayte era la
persona idónea».
«Lo primero que se te viene a la cabeza cuando te plantean algo así y tienes un niño
pequeño es cambio, enfermedad, pobreza absoluta, subdesarrollo y caos –añade
Mayte. Lo segundo, que como fieles de la Obra tenemos la responsabilidad de
colaborar junto a otros que están allí. Nos daba respeto el tema de las
enfermedades tropicales pero, como todo en la vida depende de los planes de
Dios, decidimos abandonarnos en Él y tener prudencia para evitarlas. Vivir con
miedos te impide hacer muchas cosas en la vida. Somos jóvenes, nuestro hijo
todavía no tiene edad escolar y pensamos que nos podríamos adaptar a las
diferencias del país. Así que dijimos: Dios sabe más. Nos vamos.»
Álvaro lleva aquí nueve meses y su hijo y Mayte, cinco. Él vino antes porque
urgía cubrir su puesto en el hospital y Mayte tuvo que esperar con el niño, en
Madrid, a que cumpliera doce meses para vacunarlo de la fiebre amarilla y tomar
la medicación profiláctica contra la malaria. En marzo del año pasado vinieron
a conocer la ciudad y el hospital. «La verdad es que si hubiéramos estado solos
nos habríamos lanzado desde el primer momento pero con un bebé de meses, lo más
prudente era tomar una decisión ‘in situ’. Yo vine un poco reacia, pero cuando
conocimos a los congoleños, la labor que se hace en Monkole y todas las
iniciativas de la Obra en el país, nos dimos cuenta de que este era ‘nuestro
sitio».
Monkole, un hospital para todos
Álvaro y Mayte sabían que Monkole era una iniciativa impulsada por el beato Álvaro
del Portillo, que empezó con dos camas en 1991 y hoy es un hospital de
referencia de una zona de salud de 350.000 habitantes, que recibe más de 80.000
visitas al año. En Madrid existe la asociación «Amigos de Monkole» que organiza
eventos solidarios para recaudar fondos destinados a proyectos del hospital.
Ellos asistieron en varias ocasiones sin sospechar que sería su futuro destino. Su
filosofía -ofrecer al paciente una asistencia sanitaria basada en el respeto de
la dignidad de la persona humana, sea cual sea su condición social y económica-
es lo que más les atrajo. «Además en Monkole hay muy buen ambiente de trabajo,
un equipo muy bien formado y todo el mundo se conoce. ¡Somos una gran familia
de 350 personas!», cuenta Mayte.
La República Democrática de Congo está saliendo de una guerra que ha durado casi
quince años en la región Este del país (1996-2011). Aún hoy sigue habiendo
algunos focos. Las heridas están presentes: pobreza, enfermedades, tasas
elevadas de paro, infraestructuras muy precarias. El acceso al agua potable es
difícil y la red eléctrica un desastre. «La gente en Congo más que vivir,
sobrevive –resume Álvaro.
El país es grande -cuatro veces España- y está en plena
reconstrucción: escuelas de primaria y secundaria, hospitales inaugurados por
el Estado, reducción de la tasa de inflación, dinamización del sector bancario,
disminución de la deuda extranjera, lento crecimiento de la clase media,
presencia más fuerte de la mujer en las universidades y en las empresas,
organización de eventos internacionales, asociaciones para la promoción de la
familia, etc. Es una joven democracia y se preparan para sus elecciones
presidenciales en 2016. Serán las cuartas de toda su historia. «En mi opinión,
la clave del autodesarrollo se encuentra en la educación. África tiene un gran
futuro por delante porque prácticamente está todo por hacer, pero necesita un
fuerte trabajo de base de las nuevas generaciones».
«Respecto a las enfermedades y brotes epidémicos –continúa-, Congo es el país
donde se detectó el primer brote de ébola en 1976. En la capital no ha habido
casos en la última epidemia de África Occidental sobre todo gracias a la
experiencia que el país ha adquirido en su lucha contra la enfermedad en estos
últimos años. Desafortunadamente, las tasas del VIH siguen altas (5%). En
Monkole tenemos una unidad de tratamientos de pacientes infecciosos
–principalmente VIH y tuberculosis– donde atendemos un gran número de casos
gracias a la ayuda de colaboradores extranjeros. Los tratamientos
antirretrovirales son muy caros y los pacientes no pueden costeárselos».
Opus Dei de aquí y Opus Dei de allí
«Cuando ves la gran labor hecha -un gran hospital, escuelas de formación de
enfermeras, centros de formación de agricultores, centros de investigación
bio-sanitaria, centros culturales, clubes juveniles- y la dificultad de poner
las cosas en marcha, te das cuenta que todo esto sale adelante porque Dios
quiere, con el trabajo de gente alegre y tenaz, como el Abbé Hervás y el doctor
Juan Bautista Juste, que fueron los que empezaron el trabajo de la Obra en la
República Democrática del Congo en 1982. La ayuda que se presta aquí es sobre
todo espiritual. La falta de medios, la extrema pobreza y la enfermedad crean
vacío y necesidad de Dios. Lo más importante es quererles y acompañarles ante
las dificultades».
En el campo socio-sanitario, la Iglesia ha hecho grandes aportaciones con la
vida entregada de misioneras y misioneros que han pasado guerras, persecuciones
y hambrunas y siguen en pie acogiendo en sus centros a la población. Estas
acciones son muy valoradas por los africanos. La labor del Opus Dei allí
procura sumar al conjunto.
«Mi experiencia –asegura Mayte- es que la Obra es exactamente igual aquí que en
España. El espíritu y los medios de formación son los mismos. En Congo les
atrae muchísimo el espíritu de la Obra, porque ven alegría, unión, cuidado de
las cosas, etc. Un día, un paciente nos contó que cuando pasó por el edificio
de Monkole pensó ‘este hospital es de ricos’ y cuando vio que entraban
indigentes y se informó de la atención que ofrecía se quedó entusiasmado. No
están acostumbrados a ver un edificio limpio donde la gente es amable y
acogedora, piensan que no tienen derecho a esto. Hay que explicarles que
Monkole es para todos. Además, le tienen mucha devoción al beato Álvaro del
Portillo porque saben que hizo mucho por África y le están muy agradecidos. A
su beatificación acudió un grupo muy numeroso a pesar de las dificultades para
financiarlo».
La clave del progreso no es imponer, tutelar ni sustituir, sino ayudar a los africanos a
sacar adelante su sociedad. «Se necesitan personas perseverantes que sepan
mantener lo creado por ellos mismos. Con esta idea, varias personas de la Obra
de Kinshasa han puesto en marcha desde hace unos años un par de colegios de
educación primaria y desde hace más años, las mujeres han ido desarrollado
centros de formación para la mujer africana: un centro de formación de
enfermeras, el ISSI, y un centro de formación en hostelería, Liceo de Kimbondo,
etc.», concluye.
África te cambia la percepción de todo
Álvaro y Mayte se han sentido en casa desde el primer momento. El pequeño Álvaro se ha
convertido pronto en el ‘petit mundele’ y todos quieren jugar con él. «Vivimos
en unos estudios que se hicieron para acoger a los extranjeros que trabajaron
en la construcción del nuevo hospital. Está a una distancia de 100 metros de
Monkole, lo cual facilita mucho los tiempos de la familia», dice Álvaro.
Y Mayte añade: «Cuando llegamos por primera vez a la casa nos
lo encontramos todo decorado con mucho gusto: la pintura, los cuadros, las
cortinas, las camas con las mosquiteras… Las mujeres de la Obra de aquí se
encargaron de prepararla durante las Navidades para nuestra llegada, que fue el
10 de enero. Me quedé muy impresionada del cariño que habían puesto en este
trabajo sin conocernos».
«Nuestro recibimiento fue excepcional. La gente del hospital, de la Obra, del barrio,
todo el mundo sabía de nuestra llegada y nos sentimos muy arropados».
El problema fue la acogida por parte del país. A los siete días de llegar
hubo un conflicto político que impidió que salieran de casa en una semana.
Desde la Embajada de España les llamaron diciendo que el plan de evacuación
estaba preparado para ponerlo en marcha y les dieron instrucciones de
comportamiento para los siguientes días. «Hicimos caso y entre la gente del
hospital y los demás de la Obra que viven en nuestro barrio, conseguimos abastecernos
de comida y agua para esos días. Gracias a este inesperado episodio nuestra
adaptación ha sido muy rápida».
«Los congoleños son alegres, sencillos,
familiares y acogedores. En Europa nos
creamos muchas necesidades y vivimos en una continua proyección hacia el
futuro, todo está medido y planificado. Aquí aprendes a vivir al día y hasta
una simple barra de pan te hace feliz. África te cambia la percepción de todo.
Hemos aprendido a disfrutar cada momento y tenemos más tiempo para dedicarlo a
la familia y a nuestros nuevos amigos congoleños».
Enseñar y acompañar, claves de desarrollo
Después del tiempo vivido en el Congo, Álvaro y Mayte se han dado cuenta
de que la ayuda que tienen que proporcionar los países desarrollados a África
es transmitirles su experiencia y acompañarles en el desarrollo de sus países.
«Es importante hacer hincapié en la acción de acompañamiento porque muchas
veces el hombre de Occidente viene, ejecuta, hace caja y se va, y eso significa
dejar un arma de doble filo a alguien que no sabe cómo utilizarla», explica
Álvaro. «Si queremos que nuestra ayuda sea eficaz, tenemos que comprometernos
con proyectos cuyo objetivo esté orientado al desarrollo de la población
africana. En Monkole tenemos la suerte de contar con algunos socios de
Occidente que han creído en nuestro proyecto y gracias a su interés y
perseverancia podemos ir sacando las cosas adelante».
Y aunque todavía quede mucho tiempo para volver, los dos anticipan su legado y su
consejo para todo tipo de espíritus: «A los jóvenes con inquietud por ayudar
les diríamos que busquen actividades en su día a día con las que puedan dar un
mejor servicio a los que están a su alrededor. Si quieren involucrarse en proyectos
de cooperación, que no duden en hacerlo y que se comprometan y sean pacientes y
perseverantes. A la gente acomodada, que no tenga miedo de salir de su área de
confort, que fuera de ella hay mucha gente que les necesita; que no tengan
miedo de dar un giro a sus carreras y dedicarse a facilitar a otras personas
mejores condiciones de vida aunque las condiciones materiales no sean las
esperadas. Y a los que viven en una profunda crisis, que las penas son
pasajeras y que Dios siempre sabe más. A todos les diríamos que lo único
verdaderamente importante en la vida son las personas: quererlas, respetarlas y
conseguir que se vayan al Cielo contigo».
Para la familia Perlado Ordovás habrá un antes y un después de Congo. «En la
película francesa Bienvenidos al norte, -concluye Mayte- se dice que cuando un
forastero llega a la región de Norte-Paso de Calais llora dos veces: cuando
llega y cuando se va. Esto es lo que pensamos que pasará con nosotros. Al
principio nos costó mucho soltar amarras de Madrid pero cuando tengamos que
volver será duro dejar África, sobre todo su gente. El paisaje no es lo que
engancha de África como pensamos por las películas y, aunque el río Congo sea
el segundo más caudaloso del mundo, o te asombres ante los paisajes majestuosos
y el lago Ma Vallée sea tan encantador, lo que te atrapa aquí son las
personas».
Fuente: Opus Dei