Mientras la nación se
esfuerza para digerir la oscura fase de los khmer rojos, procede el proceso
diocesano para proclamar a los mártires del régimen de Pol Pot
A 41 años del genocidio de más de
2 millones de camboyanos, el tiempo oscuro de los khmer rojos podría quedar
sepultado en la memoria colectiva. «Pero construir un futuro para la nación y
trabajar por el bien común significa reconciliarse con valentía y serenidad con
el propio pasado», subrayó a Vatican Insider Gustavo Adrián Benítez, sacerdote
argentino del PIME, misionero en Camboya en el vicariato de Phnom Penh.
Benítez
recuerda «el enfoque constructivo de la Iglesia camboyana, que mira hacia el
futuro con esperanza» y que ofrece a la sociedad un aporte importante, a pesar
de ser una exigua minoría de 23 mil fieles en una población de alrededor de 15
millones de habitantes.
En Camboya, el 60% de la
población tiene menos de 20 años y no tiene conciencia de la guerra civil del
régimen de Pol Pot, y tampoco de la propia cultura. No existe en el país una
«Jornada de la Memoria», y, cuando se celebra la fiesta nacional de la
liberación, el 7 de enero, «estos temas quedan en segundo nivel», indicó
Benítez. La obra de la Iglesia católica, que puso en marcha en 2015 el proceso
de canonización de los mártires camboyanos, «puede contribuir a que aumente la
consciencia en la opinión pública, aunque la Iglesia no tenga incidencia en la
política», observó el misionero.
El proceso jurídico para condenar
a los responsables de aquel genocidio comenzó hace más de diez años. En 2003,
con base en un acuerdo entre el gobierno de Camboya y la ONU, se creó el
Tribunal para los khmer rojos, que engloba a jueces internacionales y
camboyanos. El primer proceso, con un veredicto emitido en 2009, confirmó el
cálculo de dos millones de muertos, víctimas de asesinatos de masa. En agosto
de 2014 el tribunal también condenó a cadena perpetua a dos viejos responsables
de los khmer rojos: Nuon Chea, de 88 años, y Khieu Samphan, de 83, por haber
planeado las deportaciones de la población a partir de abril de 1975.
«Durante largos años ha
prevalecido el silencio. Hoy, el lenguaje vuelve a surgir: Camboya necesita
palabras que la ayuden a evolucionar para volver a comenzar a vivir juntos en
la confianza», indicó la escritora Claire Ly, de 67 años, una de las personas
que sobrevivió al genocidio. Budista de origen, Claire Ly se convirtió al
cristianismo a la edad de 37 años, y en la actualidad viaja por el mundo para ofrecer
su testimonio sobre la «memoria y la reconciliación».
«Cada testigo de un crimen contra
la humanidad tiene la responsabilidad de comunicar a la siguiente generación lo
inaceptable. A cada testigo se le pide que lleve a cabo un trabajo psicológico
y espiritual, para poder pronunciar las palabras que sirven para compartir las
heridas de la memoria», subrayó la mujer católica.
Y es lo que está tratando de
hacer la pequeña Iglesia camboyana. Es también lo que hizo durante su vida
Emile Destombes, misionero del PIME de París, que falleció el 28 de enero de
2016 en la capital camboyana, sede del Vicariato apostólico que guió de 2001 a
2010. Artífice del renacimiento de la pequeña comunidad católica en el país
después del drama del genocidio, Destombes fue el primer misionero que pudo
volver a entrar al país en 1989.
En 1990 recibió la autorización
para volver a abrir una Iglesia y el 14 de abril de 1990, día de Pascua,
Destombes pudo presidir la primera misa pública después de muchos años; este
evento quedó grabado en la memoria de la Iglesia camboyana como “La Misa de la
Resurrección”.
Hoy se le recuerda como ejemplo
de fe y de espíritu misionero, y es por ello que Destombes sigue inspirando a
una comunidad que hace un año abrió la fase diocesana para el proceso de
beatificación para los 35 mártires camboyanos: el obispo Chhmar Salas y otras
34 personas (sacerdotes, laicos, religiosos y religiosas), que fueron
asesinadas o abandonadas a la muerte entre 1970 y 1975 en los khmer
rojos.
Hoy, el santuario de Tangkok, en
donde falleció el obispo Chhmar Salas en 1977, es un lugar de peregrinaje
importante y valorado por el actual obispo, Olivier Schmitthaeusler, quien
recuerda que «desde hace años ayudamos a los fieles, sobre todo a los jóvenes,
a conocer y a amar a sus mártires, en el signo de una memoria
reconciliada».
Los frutos de este espíritu ya se
pueden apreciar: durante el Año de la misericordia ha habido 111 nuevos
bautizados y son 80 los catecúmenos que se preparan para el Sacramento del bautismo.
Frutos no de esfuerzos humanos, sino de la gracia de Dios, subrayó el obispo
Schmitthaeusler: «La gracia es don de Dios, que recibe y persona siempre. La
gracia inspira a vivir una verdadera conversión del corazón con la misericordia
y la justicia».
Fuente: Vatican Insider