El pueblo que acoge a Jesús con entusiasmo en la entrada del Domingo de Ramos y la gente que pide su crucifixión en la Pasión son la cara y la cruz de la historia humana personal y colectiva
El Domingo de Ramos que inicia la Semana
Santa nos recuerda que tenemos que estar siempre al lado de Jesús, en su
triunfo y en su sufrimiento, acompañando "los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de cuantos sufren".
"Cuando el pueblo de Dios se
convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la
historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los
que quiero detenerme en es de la globalización de la indiferencia" nos
decía el Papa Francisco, en su Mensaje para Cuaresma.
"La Iglesia es como
la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación
de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que
actúa por la caridad (cf. Ga 5,6)" y, por eso, ya que el mundo
muchas veces rechaza a Dios "la mano, que es la Iglesia, nunca debe
sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida". Nada de eso debe
disminuir el esfuerzo de la Iglesia por llevar los hombres y los pueblos a
Dios: su tarea es la de ser la mano tendida de Dios a toda la humanidad. No hay
excusas para no cumplir con su misión: "toda comunidad cristiana está
llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la
rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera,
no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los
hombres".
El Papa nos encomienda
que "nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de
misericordia en medio del mar de la indiferencia". Para llegar a serlo
es bueno que examinemos: "En estas realidades eclesiales ¿se tiene la
experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y
comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más
débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un
amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero
olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc
16,19-31)".
"La misión es lo que el amor no
puede callar": si esta Cuaresma ha dado su fruto
espiritual, si el amor de Dios ha calado más en nuestros corazones y
nuestras comunidades, estaremos más abiertos y disponibles, más atentos
y dispuestos a salir al encuentro de los demás.
Juan Martínez
Fuente: OMP España