Los sacerdotes de la diócesis de Bangassou y la mitad de las monjas seguimos aquí, al pie del cañón. Algunos enfrente del seminario ocupado por 1.500 musulmanes moderados, que nos lo están destrozando
Belén es una cooperante cordobesa en
República Centroafricana.
Foto: Fundación Bangassou
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Oigo en la radio que el
número de pobres en el mundo ha aumentado a 820 millones, más de 250 sólo en el
continente africano. En Bangassou están llegando niños con el pelo seco como la
estopa, las mejillas caídas y un poco de encefalopatía. Eso es que está gravemente
desnutrido. Enfermedad de Kwashiorkor. Huyen de la guerra.
Centroáfrica está en el
vagón de cola de la pobreza y niños como éste llegan cada día a la maternidad a
por leche Hero que nos mandan desde Córdoba. Alguien de la FAO, con un cochazo
impresionante y un salario no menos alucinante, vino a Bangassou en febrero a
decirnos que las cosas irían a peor. ¡Para nosotros es como hacer un agujero en
el agua! Más guerra e inseguridad, más hambre.
Creo que la pobreza, el
islam radical y el calentamiento global son los mayores problemas que tiene
nuestro planeta hoy, son la espada de Damocles sobre nuestras cabezas en un
próximo futuro. Hemos distribuido garbanzos y pasta de León, máquinas de coser,
medicinas y materiales varios que nos llegaron hace un año en un contenedor.
Todo se quedó bloqueado en Bangui a causa de la guerra. Lo hemos traído con
camiones, poco a poco, pagando barreras y soportando robos y raterías. Para los
desnutridos un potaje de garbanzos del Bierzo y arroz largo con champiñones sabe
a gloria.
Mientras, Centroáfrica se
llena de extranjeros atroces que llevan y trafican con armas, que matan antes
de preguntar (mercenarios), o de extranjeros que extraen minerales y contaminan
los ríos (empresas multinacionales chinas, rusas, etc.), y otros que trabajan
en diferentes ONG humanitarias o en organismos de la ONU (son miles, con miles
de Toyotas Prado recorriendo toda la geografía del país). Sin embargo la gente
sencilla sigue nadando contracorriente, luchando contra la pobreza en estado puro,
pagando los platos rotos que ellos no han destrozado. Todos nuestros problemas
los empezaron un grupo de fanáticos musulmanes llamados los Seleka que nos
destrozaron la vida hace cuatro años, cayendo desde arriba como desde un
paracaídas, la mayoría extranjeros que pusieron el país patas arriba.
Los sacerdotes de la
diócesis de Bangassou y la mitad de las monjas seguimos aquí, al pie del cañón.
Algunos enfrente del seminario ocupado por 1.500 musulmanes moderados, que nos
lo están destrozando. Sabíamos que iba a ser así y qué precio habríamos de
pagar por acogerlos con amor en aquellos horribles días en donde la muerte
rondaba sus cabezas. Otros sacerdotes, de dos en dos, en el este de la diócesis
(Zemio, Mboki y Obo), viven en zona de alto riesgo rodeados de mercenarios sin
escrúpulos, cortadores de cabezas, que solo buscan sacar dinero abusando de la
población inerte. Su sed de riqueza es inagotable.
En lo que va de año, 47
personas han sido asesinadas en Obo o en sus alrededores y en Bangui se hacen oídos
sordos. La semana pasada en Zemio un comerciante se negó a dar a una patrulla
de Nigerianos (del Níger) una suma alrededor de 350 euros, lo molieron a palos
a sabiendas que los soldados de la Minusca (Naciones Unidas) estaban un poco
más arriba. Su cuerpo lo encontraron al día siguiente con 6 balas en el cuerpo,
como 6 fogonazos de impunidad en un país donde se gastan decenas de miles de
euros en salarios de profesionales de la ONU que dicen estar luchando contra
los abusos de los derechos humanos. La mayoría cobra sin hacer ni el huevo.
Toda la población de Mboki vive en una cárcel a cielo abierto sin que a nadie
le preocupe lo más mínimo. Mientras, los misioneros, los curas y las monjas
luchamos para que la gente no se desespere en las comunidades, rezamos juntos,
tenemos abiertas las escuelas, pintamos de azul lo que parece negro, esperamos
en un futuro sin señores de la guerra, sin mercenarios asesinos, sin miedos a
la hora de ir a las plantaciones, con escuelas abiertas y mercado libre. Doble
ración de esperanza a la cruda realidad.
En Bangui, la capital,
miles de profesionales de las ONG y militares ONU dicen que todo va mejor
después de que el gobierno firmó acuerdos de paz el mes de febrero 2019 con 14
señores de la guerra en Jartum (Sudán). Los soldados de la ONU han tenido sus
aciertos en seguridad pero han naufragado en materia social, aunque estén ya
distribuidos por todo el país, porque viven como tortugas dentro de su propio
caparazón. La gente les tiene mucha antipatía. De los “humanitarios”, casi
ninguno sabe lo que pasa en el este del país (sus coches tienen prohibido pasar
del km 12), son pocos los que se han pateado un campo de refugiados, lonas
grises con olor de letrina y hambre atrasada, los que han tocado en mano el
sufrimiento de 600.000 desplazados fuera de sus hogares, el llanto de los niños
o de la brutalidad de los que deberían protegerlos.
En Bangui hay un hotel de 5
estrellas, construido por Gadafi cuando esperaba vivir muchos años más y que
Centroáfrica construyera una inmensa mezquita en el centro de la ciudad. El
hotel surgió pero la mezquita naufragó. Ahora este hotel es el hogar casi
permanente de cientos de humanitarios (de directores adjuntos para arriba), que
llenan su piscina a partir del mediodía, que van de vacaciones cada dos meses
(en sus contratos pone que para “desestresar”) y reciben salarios inimaginables
en Centroáfrica, más primas de riesgo, de lejanía, de “per diem”, de aire
acondicionado o de 20 gaitas más… El foso que existe entre ellos y la gente del
pueblo es abrumador. El gobierno casi no existe y todo el poder está en manos
de la ONU, de países como Rusia, la China, EEUU, la unión africana, el real
consulado de Lituania… ¡o qué se yo!
Cientos de ONG ganan
suculentos mercados provenientes de países donadores (Suecia, Noruega, Canadá o
Australia entre otros), pero la ayuda llega a la gente de forma fragmentada y
desigual, y fuertemente disminuida por la propia logística interna. Casi
ninguna ONG que ha ganado el mercado distribuye nada. Subcontrata a otras más
pequeñas para el trabajo tierra-tierra y lo hacen por dinero, con total falta
de empatía por la gente. Miro a los niños del orfanato de Bangassou, al bebé de
dos meses que nos acaban de traer y me pregunto cómo están ellos viviendo esta
guerra, que en Bangui dicen que ya no lo es. Esas criaturas quieren comer cada
día y lo seguiremos haciendo aunque en Bangui hayan aceptado la imposición de
meter con sacacorchos a 4 de los señores de la guerra, criminales todos, no
centroafricanos, para hacer parte del gobierno actual y cobrar por ello. Creo
que es el único país en el mundo donde cuatro extranjeros forman parte del
gobierno.
Los niños de los cuatro
campos de desplazados que hay en Bangassou, los ancianos de la casa de la
Esperanza, que ahora están “entre algodones” con una cooperante cordobesa que
los cuida desde hace dos meses, o las madres sin trabajo que vienen a la
costura con sus niños colgando del pecho, ya no quieren saber si el ministro es
chadiano o de la región vecina. Ellos quieren pan y paz. Y esto, ni los
soldados de la ONU, ni las ONG ni los organismos internacionales llegan a
dárselo, o les llega gota a gota. ¿Cómo saldremos de ésta? ¡Porque salir,
saldremos! Los extranjeros solo miran y se enriquecen. Muchos saben que hay que
prolongar este “status quo” porque sin hacer casi nada, les trae más pasta
gansa a sus bolsillos. A algunos no les interesa que termine este conflicto. Un
batallón de pakistaníes llegados hace un año para arreglar carreteras con todas
las máquinas necesarias a su servicio, se acaba de volver a su casa sin haber
hecho casi nada, por miedo a salir del campamento. Salarios y primas, pasta
gansa y faroles a la mar… ¡es impresentable!
Hace una semana sacaron un
niño Peulh de 3 años de un pozo. ¡Muerto! Los Peulh son itinerantes sectarios
musulmanes, perseguidos por todos. Será difícil que, armados hasta los dientes
como se mueven, sigan pasando fronteras en su continua rueda la rueda de la
itinerancia. Unos pocos han encontrado refugio en el seminario de Bangassou,
santuario de la colonia de musulmanes de Bangassou desde hace más de dos años.
Considerados parias por los otros musulmanes, no rezan juntos, no comen juntos,
están al margen. Aunque tienen una cultura propia y están enormemente
acostumbrados a tribulaciones, matanzas y a defenderse para sobrevivir, su
existencia es cada vez más precaria en Centroáfrica. En el este de la diócesis
de Bangassou, a donde se están desplazando con la ayuda de señores de la guerra
del Malí y el Níger, pueden ser ya de diez a 15.000 personas, sobre todo
mujeres y niños, en una población regional de unas 30.000 personas. Los hay que
hablan el sango, lengua nacional de Centroáfrica, los hay que vienen del
extranjero, del Níger, del Sudan o del Chad. De la etnia Fullani que tanto
revuelo causa al norte del Sahel.
El niño Peulh desaparecido
unos días antes, ha aparecido en un pozo, no lejos del seminario, decapitado y
emasculado. Alguien quería demostrar que el seminario no es un lugar seguro y
se ensañaron con el niño, lo trituraron con saña y lo convirtieron en chivo
expiatorio. Los padres no dijeron nada, ni respiraron por no molestar y la
memoria de este crío de 3 años pasó sin pena ni gloria por este mundo apenas
destetado por su madre, como hacen ellos. Las cosas van mal, pero no se puede
decir para que la ONU no se moleste. Eso, pintar de azul, lo que es más negro
que el carbón.
Monseñor Juan José Aguirre,
obispo de Bangassou
Fuente: Alfa y Omega