Entrevista concedida a la
Revista “Popolo e Missione”
“El mes misionero es una renovada
invitación a escuchar la llamada de Dios, la voz de los pobres y el grito de la
tierra. Ese ‘Aquí estoy’, de hecho, es una respuesta, generada por la escucha”.
El Cardenal Luis Antonio Tagle comenta así el lema del Día Mundial de las
Misiones de este año: "Aquí estoy, mándame. Tejedores de la
fraternidad". El Cardenal filipino se centra en el eslogan, en torno al cual
basa sus reflexiones en el significado mismo de la misión ad gentes.
Nacido en Manila en 1957,
Presidente de Caritas Internationalis desde 2015, Tagle fue nombrado a finales
de 2019 por el Papa Francisco Prefecto de la Congregación para la Evangelización
de los Pueblos. El Purpurado recibió a la redacción de “Popolo e Missione”,
junto con el Director de Missio, Don Giuseppe Pizzoli, en la sede de la
Congregación que da a la Plaza de España en Roma.
Eminencia, empecemos por la
emergencia del coronavirus que ha marcando, desde hace meses, las noticias del
mundo. ¿Qué cosa le dice la pandemia al mundo misionero y a la Iglesia?
«Se trata de una emergencia general, que afecta a toda la familia humana, trayendo consigo sufrimiento, víctimas, miedos. Un fenómeno, inesperado y doloroso, que une a todos – pueblos y Estados – en la debilidad, en la fragilidad, con efectos particularmente fuertes en países ya marcados por la pobreza. Para la Iglesia surge una lección de unidad, de solidaridad comunal: estamos llamados a responder a las necesidades de los demás. Aquí en Roma veo el sufrimiento de los enfermos, de los que han perdido a un pariente o amigo, pero también de los que, quizás se han quedado sin trabajo, hacen la cola frente a las oficinas de Cáritas. Desde mis Filipinas recibo el mismo llanto que la pobre gente de Manila. Si abrimos bien nuestros corazones no podemos permanecer indiferentes a lo que sucede en otros continentes.
El fondo extraordinario para Covid, junto con el grupo de
trabajo del Vaticano para el período post-pandémico, son signos de la solicitud
del Santo Padre, que a su vez crea una comunión entre todas las Iglesias
locales. Es necesario llegar a las mujeres y hombres de todas las creencias que
se ven afectados por esta enfermedad y sus efectos indirectos en las esferas
económica y social. Las historias de los misioneros en el mundo son una prueba
más de una Iglesia en salida: como dice el Papa, "todos estamos en el
mismo barco". Es una enseñanza para todo aquel que se llame cristiano: es
necesario salir de sí mismo, de la autoreferencialidad para encontrar a la
humanidad en el signo del amor de Cristo que nos hace hermanos».
El Fondo de Emergencia creado por
el Papa Francisco para apoyar a las Iglesias de los países de misión frente a
la pandemia ha sido confiado a las Pontificias Obras Misioneras. ¿Hay alguna
petición de ayuda?
«Ciertamente. Desde varias
diócesis de África, Asia y América Latina llegan informes de dificultades.
Muchas comunidades han tenido que detener toda acción pastoral, muchas iglesias
han sido cerradas, las actividades caritativas y educativas han sido frenadas:
escuelas, orfanatos, ayuda alimentaria... El Fondo interviene en muchos casos.
Y añado un aspecto importante: muchos nos llaman para contribuir en el Fondo, porque
la caridad genera caridad».
Durante hace pocos meses se
encuentra al frente de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
¿Cuál es el perfil de la misión hoy?
«En el curso de la historia la
idea de la misión ha ido unido a la Europa cristiana que enviaba sacerdotes y
religiosos, y luego laicos, para llevar el Evangelio al mundo. Desde el norte
planeta tenían que partir también dinero y oraciones. Pero con el Vaticano II
entendimos que cada bautizado está llamado a dar testimonio del mensaje de
Jesús: todos somos misioneros porque todos recibimos la "buena
noticia" y la responsabilidad de vivirla y dar testimonio de ella, siempre
y en todas partes. Evangelizar es un hecho de la vida cotidiana: la misión se
convierte así en una experiencia espiritual, una vocación, un don».
Descubrimos también que el mundo
está cambiando y que cada tierra es una tierra de misión...
«En la historia del cristianismo,
el mensaje de Jesús parte de Palestina para extenderse a todos los rincones del
planeta. La misión es un movimiento continuo en todas las direcciones. Durante
algún tiempo hemos visto a sacerdotes y monjas de África y Asia llegar a Europa
e Italia. Este intercambio es normal, enriquecedor. Ya no hay "quién
envía" y "quién recibe". Así que la palabra "misión"
debe yuxtaponerse con el término "evangelización", más amplio, 360
grados. Entendemos en este sentido que cada persona tiene algo que dar en la
fe: su humanidad, su amor. Nadie es tan pobre como para no tener nada que dar,
nadie es tan rico como para no necesitar algo que recibir. El amor que Jesús
nos enseña es de todos y para todos».
Eminencia, hemos hablado de la
pandemia y sus efectos. ¿Pero no existe el riesgo de olvidar otros problemas no
menos importantes de nuestro tiempo?
«Mientras nos enfrentamos al
Covid, no podemos bajar la guardia ante las guerras, el hambre, las
enfermedades, las grandes injusticias que había antes y que aún persisten. Tal
vez se puede decir que puede haber falta de fondos para máscaras, tratamiento o
prevención de contagio, mientras que los gasto en armamento no terminan.
¿Cuánta gente muere cada día bajo las bombas, ya sea por una simple enfermedad
no tratada o porque falta un puñado de arroz? ¿Cuántos niños no tienen escuela?
Se necesita una "humanidad global" acompañada de una solidaridad sin
fronteras. Para hacer esto debemos ponernos a la escucha. Sí, el mes misionero
nos llama a ponernos en escucha de Dios y de los pobres. De sus voces, de sus
historias y de sus necesidades».
Sacerdote en las calles de
Manila, y ahora en Roma para un servicio "universal": su biografía es
un signo de la globalización. Pero en el mundo los muros regresan: lo opuesto
al sentido misionero. ¿Qué opina al respecto?
«Cuando descubrimos la
globalización, hace más de 30 años, intentamos comprender sus caracteres y sus
consecuencias. Imaginamos que las distancias se acortarían, que las barreras
entre los estados y los pueblos caerían. En cambio, las fronteras se abrieron
sólo para los ricos, para las multinacionales, para los países más fuertes; en
cambio, los muros permanecieron para los pobres y las reacciones a la migración
nos lo recuerdan. Tenemos barreras y muros en nuestros corazones. Es cierto que
la globalización genera ansiedad, revoca las certezas de identidad, por lo que
requiere el estudio y la comprensión de nuevos fenómenos y un mayor diálogo. Lo
contrario de lo que les gustaría imponer el nacionalismo y el populismo.
Necesitamos una governance multipolar y un corazón abierto a los
demás. Para que la globalización beneficie a todos los seres humanos. Aquí es
también donde reside el sentido de la misión».
Ciudad del Vaticano
Vatican News