19-10-2020 Premio Nobel Misionero |
Este sábado, 17 de octubre, tuvo lugar la 30ª Edición del “Premio Corazón Amigo 2020”, conocido como el “Nobel de los Misioneros”. Gracias a este premio, el Padre Rinaldo Do IMC, la Hermana Caterina Gasparotto y el Doctor Gabriele Lonardi, podrán continuar las obras misioneras en la República Democrática del Congo, Papúa Nueva Guinea y Brasil respectivamente.
El evento – informa el
Diario de la Conferencia Episcopal Italiana, Avvenire –
fue presentado por Nunzia Vallini, Directora del Diario de Brescia y de la red
de televisión Teletutto, la ceremonia tuvo lugar en Brescia, Lombardía –
Italia, en la Sala Libretti, sede del Diario de Brescia.
“Hombres y mujeres
que confiando en la Palabra de Jesús se dedican generosamente, no en base a
planes o estrategias políticas, sino movidos por una compasión que toca el
corazón y abre los ojos a una humanidad que necesita escuchar, ser sanada y
alimentada. Recordaremos a estas personas en la Jornada Misionera Mundial con
el Premio del Corazón Amigo”, explicó el Padre Flavio Dalla Vecchia, Presidente
de la Fraternidad Corazón Amigo Onlus. Creado en 1990 por la Asociación
Fraternidad Corazón Amigo Onlus para valorar el trabajo de evangelización y el
compromiso social de la Iglesia en favor de los pobres, el “Nobel Misionero”
dona un total de 150.000 euros al año a tres misioneros, religiosos y laicos
que se destacan en la misión en el mundo.
Religioso de Darfo,
Valcamonica (Italia), Misionero de la Consolata que, desde 1991, se dedica al
Evangelio en la República Democrática del Congo. Padre Rinaldo Do desde niño
era un poco travieso, pero le gustaba escuchar historias de misioneros que
pasaban por el Valle animando a los jóvenes a la misión. “Eran entusiastas”,
recuerda, “y siempre nos invitaban a tener un corazón grande y generoso. Cuando
fui a mi párroco a saludarlo y a decirle que iba a hacerme misionero, me dijo:
“¡No, Rinaldo no!”. Eres demasiado travieso”.
Ordenado sacerdote en
1984, vivió en España durante seis años y luego, en 1991, se fue al antiguo
Zaire (República Democrática del Congo), un país africano que, en más de
treinta años de misión, ha viajado de norte a sur, dedicándose siempre a los
pobres. De hecho, en este país rico en recursos naturales, Padre Rinaldo pasó
de los inmensos suburbios de Kinshasa, la capital, a la sabana de Doruma y los
bosques de Neisu, en el norte. Resistió a la malaria, al ébola y a las
guerrillas de los rebeldes del norte. Pero, más allá de las dificultades,
cultiva siempre el deseo de transmitir el valor y la fe a los más necesitados,
distribuyendo biblias pero también bicicletas, perforando pozos, construyendo
casas, escuelas, puestos de salud, centros de nutrición.
Siempre al servicio
de la misión, de los diferentes pueblos, idiomas y culturas, el misionero es
testigo ante todos los que encuentra, de que Dios no está lejos, que camina con
nosotros todos los días. Sobre su llamada, el padre Rinaldo dice: “El don de
ser sacerdote, misionero, religioso, no es un don que concierne a mis
cualidades, habilidades y debilidades, sino que es un don que viene de Dios”.
Desde 2005 ha
trabajado en Asia y Oceanía (primero en Filipinas y luego en Papúa Nueva
Guinea) con diversas obras sociales en favor de niños y adultos. La Hermana
Caterina Gasparotto nació en Marostica, Veneto, en 1966. Después de obtener su
maestría en el año 2000, comenzó una experiencia de vida comunitaria al
servicio de los pobres y de los niños en la Congregación de las Escuelas de
Caridad – Padres Cavanis. Es una realidad muy pequeña, reconocida a nivel
diocesano en Papúa Nueva Guinea, llamada a vivir el carisma que los Hermanos
Cavanis (a principios de 1800) dejaron como regalo a la Iglesia.
En 2005 se fue a
Asia, en Filipinas, a la Isla de Mindanao, en las periferias de la ciudad de
Davao, donde junto con otra hermana comenzó su vida misionera. En 2013 se trasladó
a Papúa Nueva Guinea (Oceanía), donde la población vive principalmente en zonas
rurales, a menudo completamente aisladas, con un modo de vida tradicional.
Hay muchos problemas
sociales: analfabetismo, alta mortalidad infantil, así como la incidencia del
virus del VIH. Otro problema grave es el abuso del alcohol y las drogas, que
también son utilizadas por los niños para combatir el hambre. Caterina comenzó
una misión en la estación de Bereina con una escuela primaria, una escuela para
adultos, una imprenta para imprimir libros escolares, una panadería, un pozo y
una huerta para las mujeres cultivaren. Dándoles un poco de trabajo, pueden
proporcionar comida a los niños y a los que viven alrededor de la Misión.
El médico legista que,
desde 1980, es responsable de la salud de los del pueblo indígena Suruwahá en
Lábrea, en la amazonia brasileña. Dependiendo del estado de los ríos, se lleva
de 15 a 20 días en llegar a sus pacientes, los indígenas Suruwahá. Así es como
ejerce su profesión, Gabriele Lonardi, médico originario de Verona, licenciado
en Padua y especializado en enfermedades tropicales en Lisboa (Portugal).
Llegó al Brasil en
1980 para un proyecto de cooperación de una ONG de Padua. Trabajó en el Estado
de Espírito Santo y luego en Piauí, en el noreste del país. Cuando tuvo la
oportunidad de viajar al Amazonas, se mudó a Lábrea, en el extremo opuesto de
Brasil. La Prelacía de Labrea tiene como obispo a Mons. Fray Santiago Sánchez
Sebastián. Durante años, el Dr. Lonardi ha estado haciendo largos viajes en
esas tierras remotas para cuidar la salud de la población que no tiene acceso a
los servicios de salud.
Cura la malaria, la
tuberculosis, la anemia, la filariosis (parasitaria), la lepra y las verminosas
que atacan principalmente a los niños. Las peores enfermedades tropicales son
transmitidas por insectos y agravadas por el clima, las condiciones de higiene y
la falta de medicamentos y hospitales.
“Simplemente seguí el
mensaje de la Encíclica Populorum
Progressio de San Pablo VI, que invitaba a la Iglesia a escuchar el
grito de los pobres y a ponerse a su disposición, exhortando a los laicos a un
compromiso personal. Los indígenas son seres humanos y también tienen derecho a
la salud. Si la vida me ha llevado casi por casualidad a ellos, como médico,
tengo el deber de cuidarlos”, dice el doctor Lonardi y añade: “Aquí me siento
realmente útil, para los demás y para mí mismo.
Con un presupuesto de
150.000 euros, el “Premio Nobel para Misioneros” se otorga cada año en octubre,
en la víspera de la Jornada Misionera Mundial. Con esta suma los ganadores
harán posible proyectos urgentes como la construcción de cañerías y sistemas de
alcantarillado en Kinshasa (República Democrática del Congo), la ayuda a los
pobres de la Diócesis de Bereina (Papúa Nueva Guinea) y la atención sanitaria a
la población del río Javari (Brasil).
Debido a las restricciones
anti-Covid, la ceremonia no fue pública, se realizó el sábado, 17 de octubre,
ese mismo día, también se realizó la segunda edición del Premio Carlo Marchini,
que concede 10.000 euros a un misionero. La Asociación Carlo Marchini Onlus
destaca su compromiso con los niños del Brasil. El premio se entregó a la
Hermana salesiana Celuta da Cunha Teles que, de 1998 a 2017, realizó una
importante labor de evangelización y promoción social en los centros de acogida
creados por la Asociación Carlo Marchini en Nova Contagem (Minas Gerais) y en
Aparecida de Goiânia (Goiás), dedicados a las figuras brescianas de Chiara
Palazzoli, joven voluntaria muy activa que desafortunadamente falleció, y al
padre José Luis Rodríguez Zapatero, sacerdote que en su vida ha difundido la
devoción al Santo Rosario.
Ciudad del Vaticano
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