Audiencia del Papa con el Padre Pierluigi Maccalli (delante del Santo Padre a la derecha) |
- Recibir esta caricia del Papa
Francisco, ¿qué ha representado para usted y para su historia como misionero
marcada, precisamente, por este largo secuestro?
R. - Fue el abrazo de un padre,
este padre que llevo en la oración todos los días. Encontrarlo ante mí fue
realmente una emoción y un sentimiento de gran gratitud. Nunca hubiera pensado
que un misionero que va a las afueras del mundo pudiera encontrarse un día ante
el propio Papa, que apoya a la Iglesia universal. Son emociones difíciles de
expresar... Yo continué diciendo, gracias, gracias, gracias, gracias.
- ¿Hay alguna palabra en
particular que el Papa le haya dado y que usted guarde en su corazón para el
futuro?
R. - Más que una palabra, un
gesto. Cuando nos despedimos, le di la mano y me besó las manos. No me lo
esperaba...
- En la homilía que dio ayer en
Roma, usted dijo: recé con lágrimas y el desierto fue una experiencia de
esencialidad. ¿Cuánto han marcado a su fe estos dos años?
R. - Las lágrimas fueron mi pan
durante muchos días y han sido mi oración cuando no sabía qué decir. Incluso me
lo escribí un día. Leí en una historia rabínica que Dios cuenta el número de
lágrimas de las mujeres y le dije: "Señor, quién sabe si incluso cuentas
las de los hombres. Te las ofrezco en oración para regar esa tierra árida de la
misión, pero también la tierra árida de los corazones que sienten odio causando
guerra y violencia". Y luego se va a lo esencial en el desierto.
Allí te das cuenta de que lo
esencial es tener agua para beber, tener algo para comer, aunque sea el mismo
alimento todos los días, cebollas, lentejas y sardinas. Pero como ves, no son
los platos refinados los que hacen la sustancia. Lo mismo ocurre en la vida
espiritual: lo que cuenta es el shalom, el perdón y la hermandad, y como
misionero me siento aún más animado a ser testigo de la paz, la hermandad y el
perdón, hoy y siempre.
Benedetta Capelli y Gabriella
Ceraso - Ciudad del Vaticano
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