Albertina Marcelino, religiosa comboniana de Mozambique,
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Antes de Comboni, a mitad del siglo XIX las misiones en todo el
continente eran diez, casi todas en las costas; los sacerdotes
católicos 168, la gran mayoría en la costa mediterránea africana. El África
subsahariana contaba solo con 25 sacerdotes en las dos Guineas, diez en las
posesiones inglesas y cinco en Abisinia.
Ningún misionero católico de esa época había
intentado entrar en el corazón del continente. Comboni lo intentó siguiendo la
ruta ascendente del Nilo, intento que acabó en un desastre en 1862 y en el que dejaron la vida unos 60
misioneros, tras lo cual Roma cerró ese mismo año la Misión Africana.
Fueron varios
los problemas a los que Comboni y sus compañeros se enfrentaron: las
enfermedades, la hostilidad de los negreros que veían en ellos un peligro para
sus intereses, la desconfianza de los nativos contra los blancos, confundidos
con los árabes y considerados como negreros esclavistas y el problema del mundo
femenino.
Una novedad: enviar mujeres
consagradas a África
La marginación de la mujer africana inspiró a la
Iglesia la novedad de llevar mujeres consagradas que se encargaran de la
educación de la mujer, tomando
ya a partir de 1867 a algunas maestras laicas europeas y a un grupo de antiguas
esclavas africanas por él rescatadas en los mercados de esclavos del
mar Rojo, para que fuesen “evangelizadoras de su mismo pueblo”.
En 1872 Comboni fundó el Instituto Misionero de las
que llamará Piadosas Madres de la Nigrizia (Misioneras Combonianas) después de haber
fundado los combonianos en 1867.
Ya en el siglo XX, las combonianas fundarían en 1958 la actual Universidad
de Asmara, primera universidad en Eritrea, al servicio de la
población local. Entonces se llamaba Colegio Católico de la Santa Famiglia.
Después, en 2002, la dictadura comunista eritrea tomó su control y le quitó el
nombre religioso. (En apenas tres años bajo control comunista, la universidad
dejó de funcionar).
Regenerar África a través de los
mismos africanos
Tras el Concilio Vaticano I, Comboni presentó en
1864 su ‘Plan para la regeneración de África a través de África misma’. En su
prólogo explicaba: “El Plan se nos ocurrió en los momentos de nuestro más
intenso amor hacia aquellas regiones infelices”, y más adelante “los apóstoles
que irán a aquella arriesgada conquista no traerán a Europa los despojos de los
vencidos. Todo lo contrario, llevarán a los vencidos, con el Bautismo, el tesoro de la fe católica
y de la civilización europea [...]. De aquel Corazón nace la Iglesia”,
repetirá Comboni usando una antigua expresión de los Padres de la Iglesia. Por
ellos los Misioneros Combonianos se llaman “del Corazón de Jesús”. Ese es el
origen de su actual nombre. Conocido es su grito de ‘¡África o muerte!’
También los combonianos, la rama masculina, fundarían instituciones educativas. El
propio Comboni fundaría en 1867 con 36 años el Instituto Misionero para la
Nigrizia, hace más de 150 años, para formar africanos y capacitarles con
conocimientos suficientes para la evangelización, como una garantía de que su
plan para África pudiera llevarse a cabo.
Los misioneros aprendieron y difundieron las lenguas africanas de los
pueblos con los que trabajaron, elaborando muchos de ellos las primeras gramáticas y diccionarios o
convirtiéndose otros en grandes etnólogos y etnógrafos, dando así valor al hombre
africano y su cultura, con estudios humanísticos y filológicos absolutamente
novedosos.
Más tarde los combonianos fundaron en la capital de
Sudán el Comboni College Khartoum ,
transformado posteriormente en Universidad.
Los misioneros
apoyan a estudiosos e investigadores
Es frecuente que los investigadores y estudiosos
que acuden a África se apoyen en los misioneros, que conocen el país y sus
culturas. Un ejemplo elocuente es el agradecimiento de Álvaro Hierro San Martín
en su tesis doctoral titulada "Etnografía de
los Oromo-Gujii: historia, educación y calidad de vida",
presentada en la Universidad de Salamanca en 2014.
Explica este etnógrafo: "Quiero mostrar mi más sincero agradecimiento a los Misioneros
Combonianos de Etiopía y en especial a los miembros de la Misión de
Qillenso, quienes más allá de darme la oportunidad de realizar esta
investigación me trataron como a uno más. Por otra parte al permitirme
compartir su día a día y experiencias no solo lograron que vislumbrara otra
forma de ver la vida, sino que consiguieron que creciera como persona. Por ello
creo que jamás podré llegar a demostrarles todo el cariño y agradecimiento que
siento por el apoyo y confianza que depositaron en mí".
San Juan Pablo II les decía a los Combonianos en
audiencia en 1979, reconociendo su labor formadora: "La educación de los jóvenes, el cuidado de los enfermos,
la asistencia a los pobres, la instrucción de los catecúmenos y la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús "en quien se hallan escondidos todo
los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 3), deben seguir siendo,
aun en la necesaria puesta al día, los rasgo característicos de vuestras
comunidades religiosas".
El esfuerzo misionero de los combonianos, como el
de otras congregaciones y familias religiosas, son un ejemplo de cómo la fe, la
ciencia y la educación se dan cita en las misiones evangelizadoras de la
Iglesia Católica.