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13 de septiembre de 2016

NIGERIA; LAS IGLESIAS APRECIADAS POR LOS MUSULMANES

Historias de convivencia entre cristianos e islámicos. Viaje a Ijebu Ode, en donde se encuentra el monasterio de las Hermanas Pobres de Santa Clara. 

Hablan la madre Francesca Federici y Kehinde Okusanya: «Rezar es una dimensión irrenunciable de la existencia»

«Cuando llegamos a Nigeria, hace más de 20 años, muchísimas personas cristianas y musulmanas no lograban comprender lo que hacíamos. Conocían a las monjas activamente comprometidas en la educación, en la asistencia sanitaria, en la ayuda a los pobres, pero nunca habían visto a las clausurares, mujeres que gastaban sus vidas dedicándose a la oración, a favor de todos. 

Cuando descubrieron nuestra vocación y comprendieron el sentido de la vida contemplativa, nació un entendimiento, una complicidad basada en la oración, que nunca ha faltado durante los años». 


Con estas palabras sor Francesca Federici, clarisa de 70 años, cuenta su experiencia en el monasterio de Santa Clara que se encuentra en Ijebu Ode, ciudad del sudoeste de Nigeria, a alrededor de 100 kilómetros de Lagos. Se encuentra en el centro de una de las zonas más pobres del país, y allí vive un millón de habitantes igualmente divididos entre musulmanes y cristianos (el 8% de ellos son católicos).

La invitación del obispo convertido

Las clarisas se establecieron en Ijebu Ode siguiendo la invitación del obispo de la diócesis (un musulmán que se convirtió al catolicismo) quien deseaba con todas sus fuerzas una presencia orante entre su gente: en 1995 llegaron sor Francesca, de un monasterio de Cortona, Italia, y dos de sus hermanas nigerianas del monasterio de Siena. 

Durante un tiempo vivieron en una pequeña habitación que les consiguió el obispo, pero en breve tiempo tuvieron que comenzar a construir un monasterio: «Necesitábamos más espacio porque algunas chicas habían comenzado a frecuentar nuestra casa, demostrando fe sincera y profundo interés por la espiritualidad de nuestra orden. Al cabo de un año admitimos a tres aspirantes; un año más tarde a cuatro», dijo la madre Francesca. Hoy, la comunidad cuenta con 18 clarisas y una postulante.

La convivencia con los musulmanes

«El pueblo nigeriano tiene una fe viva, en la que la oración es una dimensión irrenunciable», prosiguió la madre Francesca. «Tanto los cristianos como los musulmanes están acostumbrados a ver la intervención de Dios en todo lo que les sucede y suelen elevar súplicas, alabanzas y agradecimientos con una frecuencia y con una intensidad que en Occidente no se conocen. Estoy convencida de que el gran valor que ellos atribuyen a la oración, al abandono confiado a Dios, es la principal razón de las óptimas relaciones que nosotras las clarisas tenemos con la población, incluso de fe islámica».

La intercesión

Se colocó en la iglesia una cajita en la que las personas pueden dejar sus intenciones de oración: siempre está llena. «También los musulmanes la usan, porque han comprendido que la nuestra es una vida entregada a la comunión con Dios y a la intercesión», dijo la madre Francesca. «A menudo nos piden que recemos por ellos: lo hacen los policías de la calle, las mujeres del mercado, los funcionarios públicos, en las ocasiones en las que debemos salir. Lo hacen las personas que nos dan una mano en el monasterio (como el plomero, el carpintero, el pintor) y los que vienen a tocar a nuestra puerta buscando ayuda. 

Llevábamos pocos meses en Ijebu Ode cuando un día llegó un señor musulmán. Todavía me acuerdo con conmoción ese encuentro: quería compartir su dolor por su hija muerta. Hablamos largo tiempo y, con lágrimas en los ojos, nos pidió que rezáramos por él y por su familia. Comprendimos que había nacido un sentimiento de verdadera confianza entre nosotras y la población. A menudo digo que la puerta del monasterio no fue hecha para estar cerrada: es un umbral bajo el que nosotras estamos esperando para recoger quejas, alegrías, esfuerzos de las personas para llevarlo todo al vientre de Dios».

La fuerza de la oración

«La oración es muy importante en mi vida, la considero más poderosa que la espada», afirmó Kehinde Okusanya, musulmán de 73 años casado y padre de cuatro hijos. «Las personas auténticamente creyentes que pertenecen a religiones diferentes y que tratan de vivir juntas en paz, gracias a sus esfuerzos basados en la oración, podrán arrancar o reducir significativamente las tensiones y los conflictos de carácter religioso en el mundo. En lo personal, tengo relaciones muy amistosas y fecundas con los cristianos». Y, con respecto a las clarisas, a las que conoce y aprecia, dijo: «Aprecio mucho la dedicación que manifiestan día a día, y creo en la eficacia de su compromiso en las actividades que han puesto en marcha para mantenerse y ser autosuficientes».

Los pobres

En el monasterio, las monjas se dedican a la preparación de las hostias, a la confección de las casullas para los sacerdotes y de uniformes para las escuelas, se ocupan del huerto y de la hospitalidad. Gracias a estas actividades logran sostenerse y compartir lo poco que tienen con los más necesitados: «Nosotras tratamos de ayudar a todos», dijo la madre Francesca. «Desgraciadamente la pobreza está muy extendida: el 80% de la población nigeriana vive con menos de 2 euros al día».

Las relaciones con la ciudad

En la ciudad, la convivencia entre los cristianos y musulmanes también es buena, explicó Kehinde: «Vivimos juntos como miembros de una misma familia, las relaciones son muy cordiales. La pertenencia religiosa no constituye una barrera: yo estoy casado con una mujer católica muy devota. Algunos de mis amigos más queridos son cristianos; lo es también uno de mis sobrinos, con quien tengo un firme vínculo de afecto».

La madre Francesca observo: «La unión entre Kehinde, hombre de ánimo generoso y gentil, con su esposa, una mujer de una fe muy solida, no es un caso aislado: en esta zona de Nigeria, los matrimonios interreligiosos son bastante frecuentes. El hecho de que en la misma familia vivan hombro con hombro personas de religión diferente favorece y anima la comprensión, el respeto y los afectos verdaderos entre los cristianos y los musulmanes. Aquí, por ejemplo, es normal festejar las fiestas religiosas y familiares juntos, sin importar la religión profesada. Y también nosotras, que nos quedamos en el monasterio, nos vemos involucradas: cuando acaba el Ramadán, los musulmanes que trabajan con nosotras, siempre nos traen los mejores platos que prepararon para la fiesta».

La situación en el norte

Desgraciadamente Nigeria, concluyó la madre Francesca, es un país dividido entre el sur, donde la convivencia entre cristianos y musulmanes es bastante serena y tranquila,  y el norte,  de mayoría musulmana, en donde Boko Haram siembra muerte y destrucción. «Después de 20 años en este país he aprendido a conocer el Islam; los discursos de los imanes (a los que escucho por la radio) se refieren a la paz, a la hermandad, al repudio de cualquier forma de violencia. 

Boko Haram no tiene nada que ver con la religión islámica: se trata de terroristas que atacan indiscriminadamente a los cristianos y a los musulmanes. Toda la población es víctima de esta violencia brutal. En el clima de miedo y dolor que se vive en el norte no han faltado gestos de gran solidaridad entre los cristianos y los musulmanes atacados: un buen signo que sostiene la esperanza».

CRISTINA UGUCCIONI
IJEBU ODE

Fuente: Vatican Insider