Fue ordenado sacerdote en agosto de 2016, es la primera vocación sacerdotal
surgida de la Iglesia católica en Mongolia que cuenta con 1.300 bautizados y
que depende del trabajo de misioneros de todo el mundo
Mi
nombre es Enkh Baatar, nací en Ulaanbaatar. En mi país Mongolia la Iglesia
Católica entró oficialmente en 1992 de la mano de tres misioneros. Desde
muy niño empecé a ir a la Iglesia regularmente y poco a poco fui aprendiendo
más acerca de Dios.
Cuando
yo tenía sólo 7 años mi padre falleció debido a un accidente de coche, este
incidente me hizo darme cuenta de lo que realmente es la realidad de la vida y
que no sólo está llena de felicidad sino que incluye tristeza. Comprendí que la
vida y la muerte son parte de nuestra existencia. Pero notaba que había
algo que faltaba en mi corazón y no sabía lo que era.
Fui
bautizado cuando tenía 12 años y todos los viernes solía unirme a un grupo para
compartir la lectura de la Biblia, fue muy sorprendente para mí aprender más
sobre la Palabra de Dios porque me hizo sentir "el niño más feliz del
mundo porque sentí profundamente el amor de Dios por mí".
Durante
mi juventud yo estaba buscando algo en el fondo de mi corazón y en un
momento de mi vida, encontré la única cosa que faltaba y buscaba en mi
vida. "Dios llamaba con fuerza a mi corazón y yo le deje
entrar". La sensación era como si alguien me cubriera con una manta
caliente cuando estaba durmiendo solo y tiritando en una habitación fría
oscura. Esta experiencia me ayudó a acercarme a Dios y día a día me estaba
enamorando de Dios.
Cuando
estaba a punto de graduarme, decidí ir a un seminario y convertirme en
sacerdote. Había tres razones principales para mí porqué decidí hacerme un
sacerdote católico. En primer lugar, sólo quería estar más cerca de Dios y
pasar toda mi vida con Él. En segundo lugar, quería compartir la
felicidad, la verdad y la Palabra de Dios que he experimentado en mi vida
especialmente con aquellos que son pobres no sólo físicamente sino
espiritualmente. En tercer lugar, después de ver los sufrimientos de mi
madre y la de la gente de mi alrededor me sentí impotente. Sentí que era
demasiado pequeño y débil para cambiar sus vidas y quitar sus sufrimientos.
Sin
embargo, una palabra de Jesús vino a mi mente: 'una semilla lanzada al suelo no
da fruto hasta que muere'. Por lo tanto, pensé que si mi "sacrifico y
me ofrezco a Dios tal vez habrá algún buen fruto en las vidas de aquellos que
sufren". Siempre pienso que convertirme en sacerdote no es el final
de mi viaje sino el principio. Creo que cada uno de nosotros tiene su propia
vocación. Dios nos llama y nos guía, nunca nos deja solos. Incluso si
caemos y perdemos fuerza en este camino de fe, abramos nuestros corazones y
pongamos nuestra esperanza en Él, sintiéndonos que somos sus instrumentos
para hacer un cambio y dar luz y vida a este mundo nuestro.Obra de sa
Así
es como llegué a ser primer sacerdote de la iglesia más joven del mundo, una
iglesia que ha llegado a Mongolia gracias a la labor de misioneros y misioneras
de diferentes países y congregaciones que han sembrado la semilla de
Evangelio y esta semilla va crecimiento poco a poco. Y para que esta iglesia
arraigue de verdad en nuestro país es importante tener sacerdotes nativos,
monjas y misioneros laicos de Mongolia.
Como
un sacerdote mongol nativo puedo hablar mejor el idioma y conocer la cultura más
que cualquier otro misionero que trabaje en Mongolia, pero si no puedo
atestiguar la fe a través de mi vida, mis palabras no tendrán sentido para mi
pueblo. Creo que todos debemos anunciar el Evangelio con el testimonio de fe de
nuestras vidas.
Fuente:
Obras Misionales Pontificias