"La Iglesia misionera grita hoy en el
desierto del mundo" Reflexión misionera para el II domingo de Adviento
El evangelista Lucas empieza a lo grande,
como historiador atento a los hechos (Evangelio): enmarca la aparición pública de Juan el Bautista y de Jesús de Nazaret dentro del contexto
histórico-geográfico del tiempo. Con exactitud y sobriedad, cita siete
personajes contemporáneos del acontecimiento (v. 1-2).
También aquí el número
siete tiene un significado simbólico: indica la totalidad. Al mencionar a las
siete personas con su rol, Lucas quiere
afirmar que toda la historia -pagana y judía, profana y sagrada- está involucrada en los acontecimientos
que él está a punto de narrar. Son hechos que atañen a toda la familia humana con sus instituciones y
estructuras religiosas y civiles.
La salvación de Dios se realiza dentro de la
historia humana, no fuera de ella; no se sobrepone a la historia, se
inserta en ella, aunque la trasciende. Como la sal. Con la fuerza de la semilla
y de la levadura. Como un fermento de vida nueva. Es exactamente lo que ha
hecho Jesús y lo que los cristianos
estamos llamados a hacer en el mundo (ver la Carta a Diogneto). Juan el
Bautista lo preanuncia con las palabras de los profetas Isaías y Baruc (I
lectura), que toman cuerpo en ese preciso contexto geográfico. Juan predica en
el desierto, lugar bíblico, antes que geográfico; lugar y tiempo de fuertes
experiencias espirituales (vocación y alianza, tentaciones y fidelidad...), que
el pueblo elegido debe revivir continuamente.
El Bautista predica a orillas del
Jordán: el río que es preciso atravesar (rito del Bautismo) con un cambio de
mentalidad y de vida (conversión), para entrar en la tierra prometida. No
recorriendo caminos escabrosos y torcidos (símbolos bíblicos de soberbia,
arrogancia, atropellos, injusticias...), sino un camino de conversión interior,
allanado y recto (v. 4-5). Pablo añade una descripción de esa vida nueva en
Cristo (II lectura): rebosante de amor, de integridad moral, de colaboración en
la difusión del Evangelio (v. 5.9).
La salvación de Dios es para todos, insiste el Bautista, citando a Isaías: “Todos
verán la salvación de Dios” (v. 6). Todo hombre, toda carne (dice el texto
original), es decir, toda persona en su debilidad y fragilidad recibirá la
salvación de Dios. Una salvación que Dios ofrece a todas las personas, sin
exclusiones. Una salvación que el hombre no puede producir por sí mismo, sino
que le llega de afuera: ¡solo de Dios! El escritor ruso Alexander Soljenitsyn
describe así la incapacidad radical del hombre para su propia salvación: “Si
alguien se está ahogando en un estanque, no se salva tirándose hacia arriba por
sus cabellos”. Necesita de una mano de afuera: la mano de Dios. ¡Y necesita de la mano de los amigos de Dios! El
tiempo de Adviento, tiempo de la espera de la humanidad,
nos invita a pensar y actuar en
favor de los numerosos pueblos que todavía
no conocen al Salvador que viene.
La mano amiga de Dios se
revela igualmente en la presencia maternal de María Inmaculada (8/12), tan
cercana a Dios y a la familia humana, como se manifestó en las apariciones de
Guadalupe (ver el calendario 12/12). Dios
se manifiesta también en la mano amiga de los cristianos, mano tendida para
ayudar a cualquier persona que tenga necesidades materiales o espirituales.
Heredera de Juan el Bautista hoy es la
Iglesia misionera, que grita en el desierto del mundo: “Preparen el camino del
Señor, allanen sus senderos” (v. 4). Anunciar a Cristo es tarea permanente de los cristianos,
porque Cristo y su Evangelio es el tesoro más precioso de los cristianos; un
bien a compartir con toda la familia humana, como lo repite a menudo el Papa
Francisco, que abre el Jubileo de la Misericordia. (*). Porque esta Buena Nueva no es solo una Palabra; es ante todo
una Persona, Cristo mismo, resucitado, viviente, te cambia la vida, dándote el
sentido pleno, verdadero y gozoso.
Palabra del Papa Francisco en República Centroafricana
(*)
«¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rm
10,15). “Es una invitación a agradecer
el don de la fe que estos mensajeros nos han transmitido... Es bueno,
sobre todo en tiempos difíciles... reunirse alrededor del Señor, para gozar de
su presencia, de su vida nueva y de la salvación que nos propone, como esa otra
orilla hacia la que debemos dirigirnos. La otra orilla es, sin duda, la vida
eterna, el Cielo que nos espera... Pero esa otra orilla más inmediata, la
salvación que la fe nos obtiene es una realidad que transforma ya desde ahora
nuestra vida presente y el mundo en que vivimos... La misión necesita de nuevos mensajeros, más numerosos todavía, más
generosos, más alegres, más santos. Todos y cada uno de nosotros estamos
llamados a ser este mensajero que nuestro hermano, de cualquier etnia, religión
y cultura, espera a menudo sin saberlo. En efecto, ¿cómo podrá este hermano –se
pregunta san Pablo– creer en Cristo si no oye ni se le anuncia la Palabra?”
Romeo Ballán
Si quieres celebrar el
Adviento con los niños te invitamos a visitar esta página: http://www.infanciamisionera.es/p/adviento-misionero.html
Fuente: OMP